Se presentan tiempos oscuros para la
identidad. En una sociedad globalizada y en gran parte frustrada por
no conseguir la consonancia ideológica, nos encontramos con aquellos
díscolos morales cuyo único objetivo es embriagar de incertidumbre
a la sociedad civil con ese sentimiento de vacío para así poder
erradicar lo que nos hace libres: nosotros mismos y nuestros valores.
Y para ello emplean estrategias seductoras a la par que manipuladoras
de lo más estudiadas para, simulando una actitud dócil, despojar al
pueblo de su libertad.
Muchas han sido las voces que en los
últimos días han exigido la dimisión del alcalde de Alcorcón,
David Pérez, por sus palabras acerca del colectivo feminista.
Palabras que, tal y como aseguró el propio alcalde, no fueron
correctamente interpretadas por la sociedad civil a la que, según
algunos, parecen haber indignado. Pero lo cierto es que esas
declaraciones no distan mucho de la realidad que rodea a los mal
llamados feministas.
Durante los últimos años, hemos
asistido a una descrédito del feminismo por la propia actitud de
quienes se dicen defensores del mismo mientras arrasan aquello por lo
que tantas mujeres lucharon y dieron la vida durante décadas. Con
cada acto que llevan a cabo, las actuales feministas pecan de una
hipocresía superlativa, ya que, en un país libre como el nuestro,
su mayor labor se basa en asaltar instituciones y manifestarse de
manera violenta en pos de la opresión que ansían ejercer sobre la
sociedad. Y por si fuera poco, desde las propias instituciones
mancilladas por la incultura de este colectivo, existen políticos y
figuras públicas que apoyan con sinceridad esos desvaríos mientras
pronuncian discursos libertarios.
A los líderes de la izquierda radical
no les agrada en absoluto que exista algo que no esté bajo su
control, y por ello animan a imponer la tiranía del cuestionable
movimiento feminista, para así seguir desplegando sin esfuerzo la
alfombra roja que les llevará al dominio de todo ser que habite en
España.
Las niñas de papá que alardean de ser
las más populares del insti por desnudarse frente a una
sociedad que las soporta con tedio, se encuentran también en el
convencimiento de que un pene occidental es un arma de destrucción
masiva. Sin embargo, esa insípida reflexión no se extiende a lo
largo de toda la geografía, pues callan ante la represión de la
mujer en los países sumidos en dictaduras islámicas donde se lapida
a aquella que sea acusada de adulterio. Los progresistas de
mercadillo miran también hacia otro lado cuando apoyan a regímenes
machistas y homófobos como el de Fidel Castro, dictador que lanzó a
homosexuales a la más absoluta de las miserias. Luego celebran su
happy hour particular, acudiendo a una mani y
amenazando de muerte a un hombre libre que ha dado su opinión acerca
de un colectivo particular que no representa ni representará jamás
a la mujer libre. Y al no aplaudir esas incoherencias, una mujer
parece no tener derecho a serlo, y un hombre pasa automáticamente al
mismo paredón donde se fusila, con dialéctica chabacana, a
violadores y opresores.
Si hay algo que nos torna confusos
acerca de la veracidad moral del sentimiento feminista, son las
incongruencias que algunos ya ni siquiera se esfuerzan por disimular.
Mientras David Pérez sufre en sus carnes el odio -o más bien la
frustración- de una minoría social molesta, Pablo Iglesias puede
permitirse el lujo de decir que azotaría a una presentadora de
televisión hasta que sangrase sin que nadie le recrimine sus
palabras. Los principios morales de la izquierda quedan reducidos a
cenizas cuando, callando como oprimidas, las mujeres de su partido
deciden no castigar con la misma firmeza las palabras de su líder y
las de su adversario. Aceptan las vejaciones a su género siempre y
cuando provengan del bendito manantial que sostiene sus modestas y
mediocres carreras, aceptando automáticamente quedar relegadas a un
segundo plano no solo en su partido, sino también en el seno de una
sociedad que acabará repudiándolas por llevar una lucha falta de
principios.
Gracias a muchos hombres y mujeres que
lucharon con coraje, ese modelo de "señora de" encerrada
en la cocina desapareció, y hoy la mujer puede ser lo que quiera
ser, pues goza de la libertad que merece. Pero ese pensamiento
retrógrado vuelve peligrosamente de la mano de mujeres que se dicen
abanderadas de la libertad, pero que realmente lo único que quieren
es volver a diseñar un canon femenino al que ninguna mujer podrá
renunciar si no quiere ser tachada de machista cómplice de su propia
desgracia. El verdadero feminismo consiguió en su día grandes
hazañas, no dejemos que el fanatismo les ponga fecha de caducidad.