miércoles, 13 de abril de 2016

Tranquila, la Constitución te ampara

España ha vuelto a ser objeto de desprecio. Esta práctica, por desgracia, es ya demasiado habitual en el seno del colectivo nacionalista. Me refiero al momento en que la periodista Empar Moliner quemó un ejemplar de la Constitución Española, hoja a hoja, durante un programa de TV3 que se emitía en directo en señal de protesta por la resolución que había adoptado el Tribunal Constitucional y que anulaba el decreto catalán sobre pobreza energética. El acto, puramente sensacionalista, no tenía ni por asomo el objetivo de denunciar esa decisión judicial.

Empar Moliner
La sentencia habla de que en materia energética la competencia es estatal y no autonómica, además de insistir en que el Estado regula ya la problemática de los impagos mediante la financiación de parte de los recibos a los consumidores vulnerables, víctimas potenciales de la pobreza energética. Aún así, la Generalitat decidió -como en muchas otras ocasiones- sacar pecho innecesariamente y tomar la iniciativa sin contar con el Gobierno central, promoviendo un decreto ley que solapaba la solución de un problema que ya se encuentra en vías de arreglo gracias a otra iniciativa proveniente de Madrid que, como digo, es quien tiene la competencia en ese ámbito.

La colaboradora de televisión creyó estar en el salón de su casa y, tomándose la justicia por su mano, se puso la toga casera sin importarle más que la pura demagogia y su lastimado orgullo independentista, cuya calidad democrática quedó una vez más en entredicho. Esa frustración se canalizó por la vía propia del lobby nacionalista catalán, que no es otra que la de un púber de quince años que ante una prohibición paternal vocifera tres o cuatro improperios y corre hacia su habitación dando un vulgar y maleducado portazo. Y todo ello fomentado por la mano negra de la Generalitat, que representa a aquellos que tienen por costumbre saltarse las leyes a la torera y mostrar de manera vanidosa su desobediencia reiterada, repudiando así nuestras instituciones y al resto de los españoles. El beneplácito del Gobierno catalán, que no ha tomado medidas en el asunto -y es su asunto, al ser TV3 una televisión pública-, lleva pues implícito un mensaje de apoyo a esa mujer, denotando una pulcra y democrática actitud por parte de la institución. Nótese la ironía.

Empar Moliner ha ultrajado aquello que brinda a todos los españoles -incluida a ella aunque le pese- los derechos y las libertades fundamentales que sustentan nuestro sistema democrático. Al quemar la Constitución Española, la periodista incurre en un acto de suma cobardía al saber que no será sancionada ni por la televisión para la que trabaja -la cual pagamos todos-, ni por el Estado que se rige por esos papeles, pues el artículo 20 de ese libro que ella ha amputado y quemado con sus rencorosas manos dice así:
"Se reconocen y protegen los derechos:
    a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. [...]"
Mientras hacía uso de la libertad de expresión que la Constitución le ofrece, la periodista no pensaba en la sentencia del Tribunal Constitucional. Su mente se encontraba en otro sitio, desvariada por el odio y rencor acumulados, que hacen que la sutil propaganda en televisión no sea suficiente para saciar su sediento catalanismo. Por ello, amparándose en la Carta Magna, la resentida nacionalista la patea y la desprecia de forma incoherente con la democracia que reclama, despreciando por ende a sus compatriotas.

Es legítimo pensar que la Constitución está desfasada y promover su reforma, pero las ideas se defienden con el diálogo y nunca desde la vulgaridad y la falta de respeto. Con eso lo único que se consigue es el descrédito de uno mismo. Esa actitud violenta sólo engendra odio no fundamentado y perturba nuestra democracia, y por tanto nuestra libertad que, recordemos, empieza donde termina la suya.


lunes, 11 de abril de 2016

¿Tienes criterio propio? ¡Fascista!

 "Si se pudiera razonar con gente religiosa, no habría gente religiosa". Esta frase de mi tan idolatrado doctor House, aquel médico ficticio que sacó a relucir mi vocación por esta ciencia, ilustra perfectamente lo que desde hace tiempo vengo constatando en el ámbito político. La cita me vino a la mente ni más ni menos que ayer, un domingo cualquiera en el cual, durante una de mis visitas a Twitter, veo que José Sacristán es devenido Trending Topic a causa de una entrevista que concedió a la revista Papel, en la cual criticó duramente la gestión de los actuales dirigentes de la izquierda española, y en particular, sin nombrarlo explícitamente pero aludiendo a él de manera evidente, la de Pablo Iglesias. El actor retrata y define a una izquierda carente de sus principios morales, refiriéndose negativamente a los nuevos abanderados de aquella ideología que considera perdida. En consecuencia, el personaje tuvo que aguantar a una turba tuitera que pretendía dejarle bien claro que con Iglesias y Podemos no se mete nadie.

Lo que sucedió ayer con José Sacristán no es nuevo. Lo llevamos viendo un tiempo en las redes sociales, sobre todo desde que apareció Podemos en el mapa político de nuestro país. Resulta cómico que un clásico icono de la izquierda en España sea insultado y descalificado por gente ideológicamente similar, y que su único pecado sea tener criterio propio y expresarlo con claridad.
Hasta hace relativamente poco tiempo, el ejército tuitero de Podemos y afines había cargado únicamente contra personajes o medios de comunicación que se postulaban claramente contrarios a su ideología y praxis. Ahora, los ataques van más allá. Los que antaño pedían que se hiciera boicot a periodistas como Isabel San Sebastián o Hermann Tertsch, hoy ejecutan ese acoso hacia personas que, en teoría, comparten sus ideas. Los filtros han desaparecido y aquellos guerreros por la izquierda se revuelven hoy contra sus mentores cuando dicen algo que va en contra del interés común. Y cuando digo interés común, me refiero al interés exclusivo de sus venerados líderes. Y no sólo sucede con José Sacristán, sino que hay otros casos, como el de Carlos Jiménez Villarejo, ex-fiscal y ex-eurodiputado, que en una entrevista concedida a eldiario.es se aventuró a decir que a Podemos le interesa más el poder que las necesidades de los ciudadanos. No le faltaba razón, y sin embargo, aquel desafortunado comentario tuvo unas consecuencias digitales importantes por parte de la misma gente que en las elecciones europeas de 2014 le votó. Deberíamos preguntarnos quién tiene más credibilidad, si aquel que en su día confió en un proyecto y lo abandonó por un cambio de rumbo del mismo, o aquellos que en manada defienden el proyecto, sin importar el fondo y la forma del mismo.

Tremendo error para la actual izquierda el que alguno de los suyos goce de independencia de palabra. La falsa patente moral que creen poseer va más allá del bien y del mal, permitiendo por un lado a sus dirigentes bailar a sus anchas en una pista llamada España, y por otro lado a sus bases y seguidores aplaudirlo. No importan ya los tropiezos, cayendo pues en la irrelevancia hechos como que la fundación CEPS recibiera en su día 7 millones de euros procedentes del chavismo y declarara únicamente 3,7 millones, o que los concejales imputados y condenados sigan ocupando sus cómodos sillones en contra de lo que estipula el código ético de la formación. Al medio de comunicación que ha dado la exclusiva se le vapulea en las redes tildándolo de fascista, pasando entonces a un segundo plano la veracidad o no de las informaciones. Los ataques son ejecutados gracias a un perfecto y organizado sistema dentro de las redes sociales, en el cual no cuenta la opinión, sino más bien el ruido y el acoso. Todo ello impulsado, claro está, por el propio organismo que dirige el partido, que en ruedas de prensa acusa a un ente controlador -que suele ser el IBEX-35- de manipular las informaciones para destruir y silenciar lo que, bajo su punto de vista, "el pueblo" ha creado. Los que se emplazan pues contrarios a la ley mordaza son los que, a fin de cuentas, mejor saben aplicarla.

Nos encontramos ante un panorama desolador, en el cual la opinión y la crítica hacia un colectivo determinado son cada día castigadas por hordas de personas que reciben instrucciones acerca de lo que decir y cómo decirlo. No conservan ideal alguno, pero su fe es ciega y peligrosamente creciente, haciendo imposible el debate y la verdadera confrontación de ideas, que son el sustento de nuestra democracia. España necesita una sociedad que sea exigente con sus políticos y que utilice la misma vara de medir para todos, con independencia de la formación a la que pertenezcan. Así dejaríamos a un lado el odio y el rencor, dando pie entonces al verdadero progreso.

Podríamos entonces modificar un poco la cita de House, cambiando "religiosa" por "Podemos", y quedaría tal que así: "Si se pudiera razonar con gente de Podemos, no habría gente de Podemos".

sábado, 9 de abril de 2016

Volvería a hacerlo

  
A día de hoy, con un hemiciclo caótico dominado por la incertidumbre y unas nuevas elecciones cada vez más palpables, volvería a hacerlo. Volvería a votar a Ciudadanos.
Desde el pasado 20 de diciembre y después de haber visto y oído numerosas ruedas de prensa, reuniones y declaraciones, me doy cuenta de que Ciudadanos continúa siendo la opción más coherente y acorde con mis ideales. Expondré mis sencillas razones en este artículo.






Albert Rivera
En estos momentos de transición política, la capacidad de diálogo y el consenso han de imperar más que nunca en nuestros dirigentes. El Congreso de los Diputados se encuentra fragmentado y las mayorías absolutas son agua pasada, impidiendo así la imposición de la totalidad del programa electoral de no importa qué formación. Esto es lo que parece no calar en el frontispicio de algunos, que pretenden que sus medidas sean llevadas a cabo con apenas el 20% de los votos. Y es que, para adaptarnos a esta nueva era política, nuestros representantes han de saber ceder en determinadas cuestiones para así poder formar Gobiernos estables y con futuro. La ambición no es buena compañera en el viaje político, pues no permite ver al que peca de ella más allá del objetivo que persigue. En ese sentido, Ciudadanos ha demostrado ser, junto con el PSOE -todo hay que decirlo-, el único partido capaz de renunciar a ciertos puntos de su ideario para poder llevar a cabo otros que considera beneficiosos para España. Es lógico que tanto votantes de Ciudadanos como del PSOE estén disgustados con algunas de las medidas pactadas, pero es imposible que una legislatura sea del gusto de todos y cada uno de los ciudadanos. Sin embargo, hemos de hacer una valoración objetiva y global, y sólo entonces podremos aprobar o suspender el paso dado por ambos partidos, que nos guste o no, es hacia el frente. Negociar significa ceder, y al ceder abandonamos -sólo momentáneamente- algunas ideas que, si son buenas, acabarán sin duda por ejecutarse. Pero el mundo no se hizo en un día, y no se puede pretender -ni prometer- cambiar un país de la noche a la mañana.

Por otro lado, la ausencia de vetos por parte de Ciudadanos demuestra la altura de miras de la que gozan. Únicamente decidieron no sentarse a negociar con aquellas formaciones que en su programa prometieron romper España, pues sabían que un pacto con partidos nacionalistas pasaría por aceptar la celebración de un referéndum, y Ciudadanos nació en Cataluña precisamente para hacer frente al fraude secesionista y desenmascarar las mentiras del independentismo. Sin embargo, no se cierran a sentarse y trabajar junto a otros partidos, pese a que como es lógico, piensen diferente. Otros, con la prepotencia que les caracteriza, se sentarían con Rivera únicamente para decirle que no aceptarían pactar ninguna de las medidas de su programa. Así lo hicieron Iglesias y los suyos el pasado miércoles en la reunión a tres en la cual decidieron dinamitar el pacto entre Sánchez y Rivera, dando las convenientes -o convenidas- explicaciones al día siguiente, cuando todos los focos se centraron por fin en ellos.

Los desnutridos argumentos de las otras dos grandes formaciones para pronunciar un "no" carente de toda justificación posible, hicieron que la investidura de Sánchez fuese rechazada. De Podemos no sorprende, pues ya hemos visto alguna que otra reacción pueril por parte de sus dirigentes cuando no se les ha dado lo que han exigido. Sin embargo, me extraña que el Partido Popular declinara la oferta, ya que en esas 67 páginas de medidas, no muchas distan del ideario de los populares, que podrían haber tenido voz y voto en ese acuerdo si así lo hubieran deseado. Un acuerdo que desde el principio estuvo abierto a nuevas ideas, modificaciones y propuestas, pero que por desgracia, fue repudiado directamente por los otros dos grandes partidos que ni siquiera intentaron modificarlo, aún habiendo estado invitados a ello.

La ausencia de intenciones ocultas por parte de las personas que componen sus filas es otro de los muchos motivos que me llevarían a depositar, una vez más, mi confianza en Ciudadanos. Demasiados han sido los intentos de manipulación afirmando que Ciudadanos ha supeditado el pacto a la obtención de sillas, sin embargo, la realidad es que Albert Rivera no ha reclamado ningún ministerio ni se ha interesado por pelear con Sánchez la vicepresidencia -tan anhelada por algunos-, sino que lo único que ha motivado el pacto ha sido el deseo de que España tenga Gobierno y arranque así la legislatura. Los puestos a desempeñar no interesan en el seno de la formación naranja, al contrario que en otros partidos, donde antes incluso de hablar de medidas, ya se encontraba encima de la mesa un suculento reparto de carteras ministeriales. Sin embargo, es más fácil que algunos, con actitud engañosa acusen a Girauta, por poner un ejemplo entre tantos, del chantaje que ellos mismos practican. También es fácil cargar contra el único partido que se ha manifestado abiertamente a favor de un gran pacto por la educación cuando se abstiene en la paralización de la LOMCE, sin pararnos a pensar que es una decisión lógica pues ni hay Gobierno, ni existe de momento una alternativa pragmática a esa ley. Se toman en serio la educación, pilar fundamental de nuestra sociedad, y así lo demuestran cuando se niegan a entrar en el espectáculo político y la demagogia. Y es que para reformar nuestro sistema educativo, no hace falta votar para paralizar una ley, sino más bien elaborar una propuesta educativa consensuada, sólida y trabajada.

Convendría también puntualizar que, si Rajoy hubiera decidido intentar la investidura, Rivera se hubiera sentado con él a negociar, pero resulta que está más confortable en su despacho de la calle Génova esperando a que se agote el tiempo y se celebren nuevas elecciones en las que convencido está de que mejorará sus resultados. Hoy, a Rivera lo llaman veleta, pero yo prefiero llamarlo valiente.

Por todo ello, volvería a votar a Ciudadanos.