jueves, 20 de octubre de 2016

Militantes

  
Durante los últimos años y gracias a la creciente crisis política que atraviesa nuestro país, hemos experimentado también un crecimiento del número de ciudadanos que, hartos de permanecer pasivos ante tal esperpento, han decidido implicarse y participar de manera activa en la vida política. Y qué mejor manera de hacerlo que inscribiéndose como afiliado en una determinada formación. Sin embargo, demasiados se equivocan al asignarse un exceso de funciones que no pertenecen, ni deben pertenecer, a la militancia de un partido político.

Muchas han sido las ocasiones en las cuales hemos oído al ya ex-secretario general del Partido Socialista, así como a otros miembros de su convulsa ejecutiva, colocar a la afiliación en el puesto de paterfamilias de la formación. Pedro Sánchez, sumido en su particular vorágine populista, ha repetido hasta la saciedad que si fuera el mandamás de su partido, serían las bases las que paradójicamente llevarían el timón de un camino cuya complejidad dista mucho del simplismo con el que él lo enmascara todo.
Dando sus últimos coletazos políticos, el Partido Socialista de Sánchez ha intentado descaradamente adoptar el modelo asambleario que se lleva ahora entre la fashion casta neocomunista mediatizada que sobrecarga los platós mientras abandonan a la sociedad civil por la que tanto dicen luchar. Y es que los españoles hemos sido testigos en numerosas ocasiones de las malas artes de las que el órgano directivo del partido morado se ha servido para conseguir sus propósitos mientras defiende con indecente hipocresía la cristalinidad con la que se ejerce la democracia interna en el seno de su formación. El caciquismo aflora vigorosamente cada vez de que el dedo envenenado de Iglesias toca al candidato de turno que no le conviene. Así funciona. Iglesias y su séquito aprendieron bien a camuflar la nula importancia de sus bases utilizando discursos motivacionales de barra de bar para inmediatamente después dar media vuelta y regurgitar con repugnancia sus palabras. No obstante, era de esperar que Podemos, habiendo sido el catalizador contranatural de esa amalgama de corrientes políticas antagónicas, se encuentre hoy en una situación tan delicada, pues prometieron demasiado protagonismo a una militancia no poco ambiciosa.
Es curioso que la corriente más allegada al corazón marxista de Iglesias sea la que siempre acabe por salir victoriosa de todos los procesos "democráticos" a los cuales este o los suyos se presentan. Pero por desgracia o por fortuna, esto sucede hasta en las mejores familias.

Nos podríamos preguntar cuáles son los derechos y los deberes reales, quitando los que figuran en los estatutos, que tiene cualquier militante de a pie. La principal misión de la afiliación de un partido político es el ejercicio del diálogo constructivo, aportando ideas y matices a un proyecto, sin olvidar que las trazas más gruesas están dibujadas. Las corrientes internas, siempre y cuando sepan gestionarse, son positivas, y no discriminan ni mucho menos al que dentro del partido piensa diferente. Como consecuencia de esa diversidad, nacen candidatos a liderar el proyecto por el cual todos los afiliados luchan a fin de cuentas. Deber de todos los militantes será elegir a un candidato u otro según el proyecto con el que más se identifiquen. Sin embargo, nos podríamos preguntar si una vez designado el líder hay cabida para muchos más procesos de primarias, pues a nivel local existe una mayor cercanía entre el candidato y el militante, fomentándose así la fricción personal fruto de un compromiso que puede no llegar a cumplirse. El mérito sería entonces más vulnerable, pudiendo llegar a desaparecer dando pie al favoritismo.
La democracia interna de un partido político no se mide en función de la cantidad de urnas que su ejecutiva saque a pasear, pues si se desvirtúa el proceso electoral, el proyecto acaba por perder toda credibilidad. Muchos creen que Podemos ejerce la democracia interna mejor que nadie, pero en realidad magnifican un debate mucho más estéril que el que se celebra de manera silenciosa en otras formaciones. Esto no es de extrañar si nos fijamos en sus mentores latinoamericanos, que se dicen demócratas por escribir en un papel maleducadas promesas -como el referéndum revocatorio- que jamás llegan a cumplir.
Sánchez pretendía que la afiliación de su partido, que es un porcentaje ínfimo de su electorado, fuera su paño de lágrimas y decidiera sobre el futuro de una España fragmentada en una pregunta de verdadero o falso cuya respuesta, aderezada con una adecuada campaña, sería fácilmente predecible. Sin embargo, Pedro Sánchez no tuvo en cuenta que esas estrategias de populista de primer curso no servían si se aplicaban en una formación con muchos años de camino recorrido.

Las bases de los partidos políticos no deben convertirse nunca en un obstáculo para una determinada situación. Sin embargo, a algunos líderes les conviene utilizar de tal forma a esa militancia para alimentar su propio ego y esconder su ineptitud. La participación activa en política debe basarse en una actividad mucho más profunda llevando implícito un debate constante que, si llega a buen puerto, podrá hasta cambiar el rumbo del partido político en cuestión.

domingo, 2 de octubre de 2016

Sembraron vientos en el PSOE

 
Sucedió. Pedro Sánchez presentó el pasado sábado su dimisión como Secretario General del Partido Socialista tras un trémulo y grotesco Comité Federal. La tensión candente y arrastrada en el seno del PSOE desde la desastrosa era zapateril no hacía más que crecer a pesar del enorme esfuerzo de Sánchez por ocultarla entre sonrisas y postizos ideales socialdemócratas. Fortaleza y energía que, desgraciadamente, llevan ausentes mucho tiempo entre los agonizantes socialistas.

Tras el enésimo hundimiento electoral de su partido en las elecciones vascas y gallegas, y como es costumbre, el ex-líder socialista no se dio por aludido, y, haciendo alarde de una victoria electoral mientras ignoraba la esencia del simple y cristalino mensaje de los españoles, Pedro no creyó necesario ese imprescindible paso atrás del que hablábamos algunos desde hacía tiempo. Desde el pasado 26-J, Sánchez y su egolatría desoían de manera continua las voces que hablaban de España. Una España sumida en un bloqueo tras dos citas electorales. Una España fragmentada a causa de la creciente e inverosímil promesa nacionalista. Una España amenazada por el radicalismo travestido de dulce y bienhechora hada madrina. Una España que, salvando La Moncloa, parecía olvidada por un Pedro Sánchez cada vez más obcecado en ser Presidente para así, hipotecando a los españoles como hizo su predecesor, poder asegurar económicamente el resto de su vida alejado de la laboriosa actividad política. Y es que, Sánchez solo perseguía la fama que otorga la Presidencia del Gobierno, o, si me apuran, una simple cartera ministerial. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, lo soñado dista mucho de lo real. Al no haber conseguido su propósito de convertirse en un ilustrado mandamás retirado, Pedro toma inevitablemente conciencia de su futuro, que de la noche a la mañana se torna más oscuro e incómodo, pues difícilmente alguien descolgará el teléfono para ofrecerle una vacante en no importa qué puesto directivo.

Con varios meses de retraso, un frustrado Pedro Sánchez abandonaba el sábado la sede socialista por la puerta trasera, después de una votación a mano alzada que dejó clara la voluntad de su Comité Federal de no convertirse en una filial del cargante podemismo, tal y como deseaban algunos miembros del PSOE. Me refiero a los que pactarían con el mismo diablo con tal de salvaguardar sus carteras, y no a los que vociferando improperios a las puertas de Ferraz se hacían llamar militantes. Esos eran los trolls gestados hace tiempo en la matriz de Iglesias y compañía, dedicados en cuerpo y alma al acoso y perturbación del debate político y social. La única diferencia es que esta vez pudimos ponerles cara.
Entre abucheos e insultos, entraban en Ferraz los que no compartían la estrategia de Sánchez y habían decidido emprender una nueva hoja de ruta de cara a sacar a flote la siniestrada nave socialista. Paradójicamente, los que dieron el golpe en la mesa fueron los mismos que, fruto de la cobardía innata de muchos líderes del PSOE, apoyaron a Sánchez en las primarias de 2014 al pensar erróneamente que sería un títere de fácil manejo y sin capacidad de razonamiento propio. Desgraciadamente, lo que inicialmente se ideó como la solución acabó convirtiéndose en el problema, y Pedro intentó emprender un camino independiente. Algunos líderes en la sombra cometieron pues un error de cálculo a la hora de elegir a su candidato postizo, mostrando así una vez más la incapacidad del PSOE para contener y gestionar sus propios tejemanejes. Todo ello hizo estallar la bomba por la que los socialistas pasaron un sábado entero discutiendo en su sede. Con el espectáculo montado durante el Comité Federal tanto fuera como dentro de Ferraz, el debate interno de los socialistas terminó por perder las formas políticas, adoptando un estilo más cercano al género burlesque, demasiado visto, pues el PSOE lo explota con la misma intensidad que Iglesias y sus compañeros.


Utilizando el victimismo que mejor le caracteriza, Sánchez renunciaba a su puesto en la ejecutiva de su partido, no sin antes recordar que, al haber sido elegido hace dos años a través de unas primarias, él y solo él era y sigue siendo el único y legítimo usufructuario de la marca socialista. Una falacia, pues las primarias en un partido político no siempre reflejan la voz de la militancia, y la militancia no es ni por asomo la voz del electorado. Sánchez representó en su día un sentimiento y una circunstancia que hace tiempo se dio, sin embargo, las sucesivas y continuas derrotas electorales le sitúan hoy en las antípodas de lo que fue en aquella primavera del año 2014. Creyéndose poseedor, como digo, de toda autoridad en el seno del Partido Socialista, Sánchez no reparó durante su agridulce mandato en que las bombas que sin control colocaba en la sede de Ferraz estallarían con él dentro, llevándose por delante su raquítica carrera política.

Desde Unidos Podemos olfatean el desastre y deciden unirse para, con tonos hipócritas de compasión, solidarizarse con la causa del soldado Sánchez. Así, mientras Iglesias da la extremaunción a un Sánchez moribundo, Garzón le roba lo que en sus bolsillos queda de valor. Incluso en su tumba política, Sánchez sigue sin percatarse de que la gangrena que ha sufrido su partido es consecuencia, entre otras cosas, de la extrema virulencia con la que se ha propagado el avaricioso germen de Podemos en sus filas.

Pedro Sánchez no ha estado a a altura de la situación de bloqueo institucional que asola actualmente nuestro país. Por mucho que cueste creerlo, la actividad política no se basa en tertulias, entrevistas y proposiciones de ley basadas en un programa electoral. La altura política de un dirigente se refleja en la aptitud del mismo frente a determinadas decisiones que no son del agrado de la opinión pública. Hasta el momento, nadie en el PSOE de Sánchez ha sido capaz de definir hacia dónde gira el timón socialista. Mientras evadían la toma de decisiones, un desorientado pero relajado Sánchez tomaba el sol en las playas de Almería, cuando su cerebro debía situarse en el corazón de su país.

Tanto Pedro Sánchez como los que le creían marioneta sembraron vientos. Hoy, afortunadamente, cosechan tempestades.