Sucedió. Pedro Sánchez presentó el
pasado sábado su dimisión como Secretario General del Partido
Socialista tras un trémulo y grotesco Comité Federal. La tensión
candente y arrastrada en el seno del PSOE desde la desastrosa era
zapateril no hacía más que crecer a pesar del enorme
esfuerzo de Sánchez por ocultarla entre sonrisas y postizos ideales
socialdemócratas. Fortaleza y energía que, desgraciadamente, llevan
ausentes mucho tiempo entre los agonizantes socialistas.
Tras el enésimo hundimiento electoral
de su partido en las elecciones vascas y gallegas, y como es
costumbre, el ex-líder socialista no se dio por aludido, y, haciendo
alarde de una victoria electoral mientras ignoraba la esencia del
simple y cristalino mensaje de los españoles, Pedro no creyó
necesario ese imprescindible paso atrás del que hablábamos algunos desde hacía tiempo. Desde el pasado 26-J, Sánchez y su egolatría
desoían de manera continua las voces que hablaban de España. Una
España sumida en un bloqueo tras dos citas electorales. Una España
fragmentada a causa de la creciente e inverosímil promesa
nacionalista. Una España amenazada por el radicalismo travestido de
dulce y bienhechora hada madrina. Una España que, salvando La
Moncloa, parecía olvidada por un Pedro Sánchez cada vez más
obcecado en ser Presidente para así, hipotecando a los españoles
como hizo su predecesor, poder asegurar económicamente el resto de
su vida alejado de la laboriosa actividad política. Y es que,
Sánchez solo perseguía la fama que otorga la Presidencia del
Gobierno, o, si me apuran, una simple cartera ministerial. Sin
embargo, en la mayoría de las ocasiones, lo soñado dista mucho de
lo real. Al no haber conseguido su propósito de convertirse en un
ilustrado mandamás retirado, Pedro toma inevitablemente conciencia
de su futuro, que de la noche a la mañana se torna más oscuro e
incómodo, pues difícilmente alguien descolgará el teléfono para
ofrecerle una vacante en no importa qué puesto directivo.
Con varios meses de retraso, un
frustrado Pedro Sánchez abandonaba el sábado la sede socialista por la
puerta trasera, después de una votación a mano alzada que dejó
clara la voluntad de su Comité Federal de no convertirse en una
filial del cargante podemismo, tal y como deseaban algunos
miembros del PSOE. Me refiero a los que pactarían con el mismo
diablo con tal de salvaguardar sus carteras, y no a los que
vociferando improperios a las puertas de Ferraz se hacían llamar
militantes. Esos eran los trolls gestados hace tiempo en la matriz de
Iglesias y compañía, dedicados en cuerpo y alma al acoso y
perturbación del debate político y social. La única diferencia es
que esta vez pudimos ponerles cara.
Entre abucheos e insultos, entraban en
Ferraz los que no compartían la estrategia de Sánchez y habían
decidido emprender una nueva hoja de ruta de cara a sacar a flote la
siniestrada nave socialista. Paradójicamente, los que dieron el
golpe en la mesa fueron los mismos que, fruto de la cobardía innata
de muchos líderes del PSOE, apoyaron a Sánchez en las primarias de
2014 al pensar erróneamente que sería un títere de fácil manejo y
sin capacidad de razonamiento propio. Desgraciadamente, lo que
inicialmente se ideó como la solución acabó convirtiéndose en el
problema, y Pedro intentó emprender un camino independiente. Algunos líderes en la sombra cometieron pues un error de cálculo a la hora de elegir a su candidato postizo, mostrando así una vez más la incapacidad del PSOE para
contener y gestionar sus propios tejemanejes. Todo ello hizo estallar
la bomba por la que los socialistas pasaron un sábado entero
discutiendo en su sede. Con el espectáculo montado durante el Comité
Federal tanto fuera como dentro de Ferraz, el debate
interno de los socialistas terminó por perder las formas políticas,
adoptando un estilo más cercano al género burlesque,
demasiado visto, pues el PSOE lo explota con la misma intensidad que
Iglesias y sus compañeros.
Utilizando
el victimismo que mejor le caracteriza, Sánchez renunciaba a su
puesto en la ejecutiva de su partido, no sin antes recordar que, al
haber sido elegido hace dos años a través de unas primarias, él y
solo él era y sigue siendo el único y legítimo usufructuario de la
marca socialista. Una falacia, pues las primarias en un partido
político no siempre reflejan la voz de la militancia, y la
militancia no es ni por asomo la voz del electorado. Sánchez
representó en su día un sentimiento y una circunstancia que hace
tiempo se dio, sin embargo, las sucesivas y continuas derrotas
electorales le sitúan hoy en las antípodas de lo que fue en aquella
primavera del año 2014. Creyéndose poseedor, como digo, de toda
autoridad en el seno del Partido Socialista, Sánchez no reparó
durante su agridulce mandato en que las bombas que sin control
colocaba en la sede de Ferraz estallarían con él dentro, llevándose
por delante su raquítica carrera política.
Desde
Unidos Podemos olfatean el desastre y deciden unirse para, con tonos
hipócritas de compasión, solidarizarse con la causa del soldado
Sánchez. Así, mientras Iglesias da la extremaunción a un Sánchez
moribundo, Garzón le roba lo que en sus bolsillos queda de valor.
Incluso en su tumba política, Sánchez sigue sin percatarse de que
la gangrena que ha sufrido su partido es consecuencia, entre otras
cosas, de la extrema virulencia con la que se ha propagado el
avaricioso germen de Podemos en sus filas.
Pedro
Sánchez no ha estado a a altura de la situación de bloqueo
institucional que asola actualmente nuestro país. Por mucho que
cueste creerlo, la actividad política no se basa en tertulias,
entrevistas y proposiciones de ley basadas en un programa electoral.
La altura política de un dirigente se refleja en la aptitud del
mismo frente a determinadas decisiones que no son del agrado de la
opinión pública. Hasta el momento, nadie en el PSOE de Sánchez ha
sido capaz de definir hacia dónde gira el timón socialista.
Mientras evadían la toma de decisiones, un desorientado pero
relajado Sánchez tomaba el sol en las playas de Almería, cuando su
cerebro debía situarse en el corazón de su país.
Tanto
Pedro Sánchez como los que le creían marioneta sembraron vientos.
Hoy, afortunadamente, cosechan tempestades.
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