Lo que parecía un disparate se ha
convertido en una realidad. Donald Trump será el nuevo Presidente de
los Estados Unidos de América, a pesar de que el grueso de la
opinión pública mundial se posicionaba claramente en su contra y a
favor de una Hillary Clinton que, aparentemente, resultaba ser la
opción menos mala. En el seno de una de las democracias más
robustas del mundo, Trump ha conseguido hacerse un hueco en el plano
político utilizando como principal arma la contrariedad de gran
parte del electorado.
La jauría progresista española no se
ha hecho esperar y ha manifestado su opinión ante tales resultados
electorales reprochando sin pudor ni decoro, una vez más, la
legítima expresión del pueblo norteamericano. Pueblo que, como he
dicho, goza de un sistema democrático sano y vital, contrario al que
existe en los países con los que algunos se identifican y funden
ideológicamente. Iglesias y Garzón, los fallidos representantes de
la gente, hablan hoy en boca de la rancia izquierda burguesa y
acaudalada, y, como mártires defensores de la libertad, lamentan la
victoria de un candidato al que llaman fascista. Razón no les falta
en determinados calificativos, pues Trump se ha servido de un
discurso oportunista, muy repetido ya a lo largo de la Historia, que
no pretende otra cosa más que avivar la llama coyuntural que
envuelve una determinada situación. Los ecos de la palabrería del
candidato republicano vienen incrementando sus decibelios en el mundo
occidental desde hace tiempo, pues no hay más que ver la creciente
simpatía que sienten desde determinados sectores sociales hacia la
demagogia y el populismo, por desgracia cada vez más enraizado en un
Occidente sumido en una crisis de valores. Y es que, las promesas de
Trump no distan mucho de las de Iglesias, Le Pen, y otros
cantamañanas.
Si algo tienen en común los extremos
ideológicos, sean del lado que sean, es su capacidad para aparecer
con un mensaje utópico y esperanzador allá donde se presente la
desesperación y el hartazgo popular, para así germinar y expandirse
por el mayor territorio posible gangrenándolo con odio y rencor de
manera casi irreversible. Al fin y al cabo, utilizan las mismas
circunstancias para los mismos fines, aplicando prácticamente las
mismas medidas, aunque unos oculten su malintencionado rostro bajo un
disfraz de moderación y sosiego. El proteccionismo, el
intervencionismo estatal y la merma de la libertad que estas
prácticas conllevan, conforman la base ideológica sobre la que se
sustentan numerosos partidos políticos aparentemente opuestos, desde
Podemos al Frente Nacional de Le Pen pasando por el Partido
Republicano de Trump. Fijémonos si no en el acompasado rechazo de
estos tres partidos políticos al libre comercio.
Resulta también cómico ver cómo la
izquierda radical española se lamenta de la victoria de Trump,
tildándolo de xenófobo, racista y machista, cuando días antes uno
de sus representantes, Alberto Garzón, ensalzaba la figura de Lenin,
fundador de un régimen represor y asesino, intentándonos hacer ver
las bondades del fraudulento edén comunista. Y no sorprende lo más
mínimo, pues la incoherencia del trasnochado y residual comunismo en
nuestro país se deja ver cada vez que alguno de sus adalides, que
dicen luchar a diario por los derechos humanos, deciden salir a su
confortable balcón tuitero a brindar y celebrar la existencia de
asesinos y dictadores, o cuando simplemente azuzan el odio y la
xenofobia que siembra el nacionalismo dentro de su propio país.
Por otro lado, estas elecciones nos
dejan entrever también el rechazo de los estadounidenses a la
socialdemocracia vacía de proyecto y sentido. Clinton, para algunos
la candidata de Wall Street y para otros la candidata perfecta, se ha
dado de bruces contra el sólido muro de la realidad fuera de las
acomodadas ondas mediáticas. Con un mensaje -si es que existía-
poco sólido y vacío de contenido, la candidata demócrata no ha
estado a la altura de las circunstancias, y quizá no haya sido ella
la mejor rival para el virulento Trump. Pero, además de no saber
vender ese hueco mensaje, hemos de recordar también que los logros
de la socialdemocracia ejercida por Obama no han sido del todo
positivos para Estados Unidos. Leyendo al brillante economista Daniel
Lacalle en su artículo 'Las sombras del "milagro" Obama le pesan a Clinton', constatamos que el crecimiento de la economía
norteamericana se ralentiza pese a haber gozado del mayor estímulo
monetario de la historia. Todo ello fruto de políticas ineficientes
que no son otras que las que el socialismo mal ejercido pretende
vender a toda costa con mentirosos discursos. Es lógico que no se
premie en las urnas un trabajo mediocre en términos económicos.
Si al fiasco de la socialdemocracia
estadounidense le sumamos el gafe de Sánchez e Iceta, que con bolos
de discoteca poligonera decidieron echar una mano a Clinton durante
la campaña electoral, vemos que el fracaso estaba más que
asegurado.
El auge del populismo a nivel mundial
es consecuencia de la enorme crisis política que vivimos. Solo
dirigentes comprometidos con la reconquista de los valores perdidos
y con la recuperación económica y social pueden ahuyentar a los
extremismos y enterrarlos para siempre. La política de verdad hace
que la sociedad deje de plantearse la opción de la política de
barra de bar.
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ResponderEliminarLos populismos son basicamente lo mismo en esencia sea de izquierda o de derecha:Seguidismo a un lider mesianico,un entusiasmo no se sabe con que cosa hacia cosas vagas y odio contra todo lo que no piense como ellos
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