Podemos e Izquierda Unida alcanzaron el
pasado lunes un acuerdo para presentarse en coalición a las
elecciones generales que se celebrarán el próximo 26 de junio. Bajo
el propagandístico nombre de Unidos Sí Se Puede, Podemos fagocita a
la desesperada Izquierda Unida. Con el mismo discurso de siempre,
pretenden hacer ver a los españoles que el pacto ha sido ideado con
el fin de convertirse en una vía común que pueda canalizar el voto
de las "mayorías sociales". Sin embargo, la confluencia
perseguía, desde el principio, otros fines mucho más egoístas por
parte de ambas formaciones.
Iglesias sabe que el 20-D su partido
tocó techo. Esos poco más de cinco millones de votos no iban a
crecer, al contrario, menguarían en el caso de repetirse los
comicios, pues los errores poselectorales de Pablo no iban a caer ni
mucho menos en el olvido, y, con total seguridad pasarían factura.
La falta de colaboración en la elaboración de un pacto de Gobierno
sumada a los desvaríos que salían de la boca de Iglesias día tras día en el
Congreso y en los medios de comunicación dibujaban un escenario muy
desolador para el líder de la formación, con una importante fuga de
votos si Podemos repetía el 26-J tal y como se presentó a las
elecciones de diciembre. El ansia de poder de Iglesias le ha empujado
a no permanecer estático, pues así nunca lograría su principal
objetivo de satisfacer su deseo erótico de ser la dominatrix de
Pedro Sánchez, ejecutando ese idolatrado 'sorpasso' al Partido
Socialista para así convertirse en la principal fuerza de la
oposición, hundiendo entonces definitivamente a Sánchez y a
su formación, porque por mucho que lo repita, su objetivo nunca fue
acabar con el PP, sino con el PSOE. Sin embargo, Pablo Iglesias sabía
que no lo conseguiría solo, y que en Izquierda Unida podía tener un
aliado, pero también un enemigo si todos aquellos votos descontentos
con Iglesias y su gestión de los resultados decidían volver a
depositar su confianza en Garzón. El temor a perder lo conseguido
empujó pues a Podemos a explorar una nueva vía para perpetuarse
como la ficticia fuerza del cambio. Esa búsqueda desembocó en
Alberto Garzón y su partido, que, tras los desastrosos resultados de
diciembre, tomaron consciencia del peligro que supondría para ellos
unos nuevos comicios, en los cuales Izquierda Unida desaparecería
definitivamente. Iglesias, aprovechando la tesitura, decidió
proponer una mal llamada confluencia popular para absorber ese casi
millón de votos, que, en unos últimos coletazos de idealismo, el
votante de izquierdas otorgó a IU.
Por otro lado, Alberto Garzón necesita
la coalición como agua de mayo, pues con una deuda millonaria a sus
espaldas, Izquierda Unida no puede afrontar unas nuevas elecciones, y
por ende no puede tratar de convencer a los españoles para que voten
nuevamente a la izquierda caduca que nunca en su historia ha
conseguido su principal propósito de desbancar al PSOE. Para Garzón
y los suyos, ese objetivo carece ya de realismo y por tanto de
prioridad, y lo primordial pasa a ser la conservación de su
patrimonio político, asegurando la perpetuidad de sus cómodos
sillones, preocupándoles entonces más el fin que los medios. Todos
estos años de izquierda inmovilista y acomodada han llegado a su
fin, y su verdadera moral se deja entrever tras el montaje de Jon
Snow con el que Garzón se quiere vender como lo que nunca consiguió
ser: un luchador y férreo defensor de sus ideas. Las negociaciones
no giraron alrededor de la política social que tanto mencionan en
sus discursos, sino que la principal exigencia de los de Garzón
resultó ser el reparto del pastel electoral. Así es, el líder de
Izquierda Unida pidió a Podemos una sexta parte de los diputados que
se lograran extraer del voto de los españoles el 26-J, quedando una
vez más la emergencia social de la que son gestores en un segundo
plano.
La democracia interna tampoco parece
ser el punto fuerte de esta coalición. El reparto de puestos en las
listas de Unidos Sí Se Puede ha sido decidido por la directiva de
ambas formaciones, sin el ejercicio democrático de unas elecciones
primarias, en las que tengan por seguro que ganaría Garzón. Pablo
Iglesias tuvo, a la hora de negociar, la suficiente perspicacia como
para repartir a dedo lo que nadie había elegido, otorgando al líder
de IU el puesto número cinco en las listas por Madrid, decisión que
su nuevo aliado no debe cuestionar si no quiere que se rompa el pacto
y caer así en el olvido. Vemos pues, cómo a Alberto Garzón no
parece importarle tanto la carencia democrática de su ya compañero
de partido. Ni a él ni a sus bases, que no han dicho ni una sola
palabra al respecto. Tampoco parece ser de enjundia la supuesta
financiación por parte del chavismo a Pablo Iglesias, que, según
publicó Okdiario, suman más de 270.000$ ingresados en un paraíso
fiscal a nombre del líder de la formación morada. La horda tuitera
afín a Iglesias y los nuevos socios electorales de Podemos se
limitan a dar crédito a lo que dice su líder, que, obviamente
desmiente las informaciones amenazando con una querella a Eduardo
Inda, sin otorgar el beneficio de la duda y pensar por un momento que
la corruptela de Podemos puede ser una realidad. Lo curioso es que
Iglesias no tome medidas judiciales contra el Presidente de la
Asamblea de Venezuela, que también confirmó vía Twitter el
supuesto pago.
Podemos ha hecho de su competidor su
fiel aliado, que le reportará un buen puñado de votos si las
previsiones son correctas, convirtiendo así a Iglesias en líder de
la oposición. Aliado al que no se le permite discutir las decisiones
tomadas por su jefe, y que se tendrá que conformar con las
suculentas migajas de poder que llevaba tanto tiempo sin degustar.
Aliado que se ha vendido por una limosna, y al que tarde o temprano,
la ambición le traerá las pertinentes consecuencias.
El problema mas grave de todo esto es que lo hacen solo por atraer el voto fanatico de la izquierda y asi llegar al poder cuanto antes,ni mas ni menos.El pueblo y lo social les importa un bledo.
ResponderEliminarMe juego un brazo de que es asi.