"Si se pudiera razonar con gente
religiosa, no habría gente religiosa". Esta frase de mi tan
idolatrado doctor House, aquel médico ficticio que sacó a relucir
mi vocación por esta ciencia, ilustra perfectamente lo que desde hace
tiempo vengo constatando en el ámbito político. La cita me vino
a la mente ni más ni menos que ayer, un domingo cualquiera en el
cual, durante una de mis visitas a Twitter,
veo que José Sacristán
es devenido Trending Topic a
causa de una entrevista que concedió a la revista Papel, en la cual criticó duramente la gestión de los actuales
dirigentes de la izquierda española, y en particular, sin nombrarlo
explícitamente pero aludiendo a él de manera evidente, la de Pablo
Iglesias. El actor retrata y define a una izquierda carente de sus
principios morales, refiriéndose negativamente a los nuevos
abanderados de aquella ideología que considera perdida. En
consecuencia, el personaje tuvo que aguantar a una turba tuitera que
pretendía dejarle bien claro que con Iglesias y Podemos no se mete
nadie.
Lo que
sucedió ayer con José Sacristán no es nuevo. Lo llevamos viendo un
tiempo en las redes sociales, sobre todo desde que apareció Podemos
en el mapa político de nuestro país. Resulta cómico que un clásico
icono de la izquierda en España sea insultado y descalificado por
gente ideológicamente similar, y que su único pecado sea tener
criterio propio y expresarlo con claridad.
Hasta
hace relativamente poco tiempo, el ejército tuitero de Podemos y
afines había cargado únicamente contra personajes o medios de
comunicación que se postulaban claramente contrarios a su ideología
y praxis. Ahora, los ataques van más allá. Los que antaño pedían
que se hiciera boicot a periodistas como Isabel San Sebastián o
Hermann Tertsch, hoy ejecutan ese acoso hacia personas que, en
teoría, comparten sus ideas. Los filtros han desaparecido y aquellos
guerreros por la izquierda se revuelven hoy contra sus mentores cuando
dicen algo que va en contra del interés común. Y cuando digo
interés común, me refiero al interés exclusivo de sus venerados líderes. Y no sólo sucede con José Sacristán, sino que hay
otros casos, como el de Carlos Jiménez Villarejo, ex-fiscal y ex-eurodiputado, que en
una entrevista concedida a eldiario.es
se aventuró a decir que a Podemos le interesa más el poder que las
necesidades de los ciudadanos. No le faltaba razón, y sin embargo,
aquel desafortunado comentario tuvo unas consecuencias digitales
importantes por parte de la misma gente que en las elecciones
europeas de 2014 le votó. Deberíamos preguntarnos quién tiene más
credibilidad, si aquel que en su día confió en un proyecto y lo
abandonó por un cambio de rumbo del mismo, o aquellos que en manada
defienden el proyecto, sin importar el fondo y la forma del mismo.
Tremendo
error para la actual izquierda el que alguno de los suyos goce de
independencia de palabra. La falsa patente moral que creen poseer va
más allá del bien y del mal, permitiendo por un lado a sus
dirigentes bailar a sus anchas en una pista llamada España, y por
otro lado a sus bases y seguidores aplaudirlo. No importan ya los
tropiezos, cayendo pues en la irrelevancia hechos como que la
fundación CEPS recibiera en su día 7 millones de euros procedentes
del chavismo y declarara únicamente 3,7 millones, o que los
concejales imputados y condenados sigan ocupando sus cómodos
sillones en contra de lo que estipula el código ético de la
formación. Al medio de comunicación que ha dado la exclusiva se le
vapulea en las redes tildándolo de fascista, pasando entonces a un
segundo plano la veracidad o no de las informaciones. Los ataques son
ejecutados gracias a un perfecto y organizado sistema dentro de las
redes sociales, en el cual no cuenta la opinión, sino más bien el
ruido y el acoso. Todo ello impulsado, claro está, por el propio
organismo que dirige el partido, que en ruedas de prensa acusa a un
ente controlador -que suele ser el IBEX-35- de manipular las
informaciones para destruir y silenciar lo que, bajo su punto de
vista, "el pueblo" ha creado. Los que se emplazan pues
contrarios a la ley mordaza son los que, a fin de cuentas, mejor
saben aplicarla.
Nos
encontramos ante un panorama desolador, en el cual la opinión y la
crítica hacia un colectivo determinado son cada día castigadas por
hordas de personas que reciben instrucciones acerca de lo que decir y
cómo decirlo. No conservan ideal alguno, pero su fe es ciega y
peligrosamente creciente, haciendo imposible el debate y la verdadera
confrontación de ideas, que son el sustento de nuestra democracia.
España necesita una sociedad que sea exigente con sus políticos y que
utilice la misma vara de medir para todos, con independencia de la
formación a la que pertenezcan. Así dejaríamos a un lado el odio
y el rencor, dando pie entonces al verdadero progreso.
Podríamos
entonces modificar un poco la cita de House, cambiando "religiosa"
por "Podemos", y quedaría tal que así: "Si se
pudiera razonar con gente de Podemos, no habría gente de Podemos".
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