La libertad es un tesoro que nos es entregado parcialmente al nacer, y cuya plenitud y bendiciones descubrimos en algún momento de nuestra vida tras largos caminos y duros esfuerzos. Jamás pensamos en lo valiosa que es esa libertad hasta que un hipotético y lejano “nunca” se convierte en un abrupto y catastrófico “ahora”. Todo mal es lejano hasta que acontece delante de nuestras narices. Y, así, en el momento en el que tomamos conciencia de ese mal, es demasiado tarde.
Otra mujer más ha sido presuntamente asesinada en manos de algún desquiciado ser que hasta ahora habrá gozado de la libertad que ella nunca más volverá a tener. Todo por lo que Laura Luelmo ha luchado a lo largo de su vida, todo el camino que ha recorrido con el simple objetivo de ser una persona libre, ha quedado sumido en el ostracismo vital consecuencia de un egoísmo ajeno a ella misma. La libertad de Laura le ha sido arrebatada sin un ápice de compasión, vergüenza o arrepentimiento. Porque, permítanme que les diga que una persona que asesina de manera fría y deliberada, jamás verá en sus actos algo por lo que lamentarse en un futuro. Jamás comprenderá el dolor que causa, ni podrá llegar a advertir las vidas con las que arrasa cuando cumple su propósito de secuestrar un alma inocente y llena de ilusiones.
Laura Luelmo, una profesora recién aterrizada en el mundo, se topó circunstancialmente en el camino de un malnacido, sin tener culpa de que este último campase a sus anchas por este mundo. Ella no podía imaginar que el propio ser humano pudiera darle tamaño revés cuando no había hecho nada para merecerlo.
Voy a aventurarme a plantear la hipótesis de que su asesino haya sido su vecino, la misma persona que mató hace años a una mujer a cuchilladas, estuvo en la cárcel por ello y en un permiso penitenciario hirió con un cuchillo a otra tras intentar violarla.
Hace poco más de un mes, este delincuente salió de prisión y volvió a tocar con los dedos esa libertad que jamás vivirán otras personas como Diana Quer, Marta del Castillo, o la recién fallecida Laura Luelmo.
Si esa hipótesis se confirmase, pregúntense si el presunto asesinato de Laura se podría haber evitado de alguna manera, y, si es así, pregúntense cómo. ¿Me pueden entonces explicar qué somos? ¿Acaso no seríamos en parte culpables de su muerte? ¿No sería justo que todos los que consentimos que su hipotético asesino reincidente esté libre fuéramos privados de una décima parte de la libertad que entre todos le hemos arrebatado? ¿No deberíamos arrepentirnos todos y pedir perdón tras haber cometido un grave error como sociedad?
Todos seríamos culpables de su muerte. Sí, todos. Por dejar en libertad a una persona que se ha esforzado en demostrar su falta de compromiso con la sociedad, su falta de escrúpulos y su falta de moral. Por dejar libre a quien encadenó a otras personas a la muerte.
Somos culpables y seguiremos siéndolo mientras sigamos expectantes ante estas atrocidades y no seamos capaces de ponerles remedio. Siempre será más fácil tuitear y mostrar una falsa indignación por una desgracia que se podría haber evitado si jamás se hubiera soltado a un criminal, mientras defendemos estáticamente penas insustanciales creyendo que todo aquel que cumple condena se adapta a un modelo idílico de delincuente que acaba por reconocer y arrepentirse de sus errores. No, señoras y señores, la mente humana no funciona así. No todo el mundo es empático con las personas que están a su alrededor. No todo el mundo se deshace de una repugnante obsesión sanguinaria por el mero hecho de pasar unos años entre rejas. No surte el mismo efecto en todo el mundo una determinada terapia psicológica.
Hay mentes enfermas, cautivas de sí mismas y envenenadas hasta tal punto que sueltan ese veneno en el momento en el que tienen oportunidad para hacerlo. Y todos queremos pensar que no es así, y tratamos de imponer nuestro deseo de un mundo utópico en el que no exista el mal. Erróneamente, pues el mal existe y seguirá existiendo. Una foto en Twitter o una manifestación no van a devolver la vida a todas las mujeres que año tras año son asesinadas.
Nuestra sociedad se empobrece cada vez que un desgraciado mata a una persona inocente. Y somos responsables por no poner remedio a un virus contra el que la única opción que existe es la de su erradicación, impidiendo que prolifere y se multiplique. No hay otra forma. Y mientras no lo erradiquemos, seguiremos siendo una sociedad que peligra seriamente.
El ser humano es tremendamente variable en actitud y comportamiento. Ese es el primer paso que nos llevará a entender la realidad de la cual formamos parte. Mientras no abandonemos ese mantra hipócrita del “Todos somos iguales y tenemos los mismos derechos”, deberemos seguir cargando sobre nuestras espaldas con las muertes de todas aquellas mujeres que perdemos por el simple hecho de no ser verdaderamente justos.
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