Como un thriller repleto de suspense y misterio. Así ha transcurrido el 2-D en toda Andalucía. A medida que iba avanzando la jornada, Susana Díaz palidecía al ver cómo hasta sus más fieles seguidores le preparaban la maleta para salir de San Telmo. Y es que, ni todo el PER del mundo ha podido con la desgana de un pueblo harto de ver que la vida es aquello que pasa mientras la dueña y señora del cortijo sigue ahí, enraizada y estática en un viciado sillón de piel.
La caída de la participación en los núcleos más socialistas puede interpretarse como que no soy yo el único andaluz con empacho socialista.
Nunca el PSOE había sufrido tamaño varapalo en su propia fortaleza en la que se ha colado la rebelión del pueblo andaluz, gestada en gran parte por las continuas faltas de respeto del propio PSOE a los españoles en general.
El por qué de este terremoto electoral lo tenemos en el día a día de una España que ha caído en el más puro ostracismo para sus dirigentes.
Es indudable por un lado que el haber hecho oídos sordos a la situación judicial que, día tras día, noticia tras noticia e imputado tras imputado, vive su partido, no ha hecho demasiado bien a la candidatura de Susana Díaz. La telaraña corrupta tejida durante años por el PSOE en Andalucía, y cuidada con esmero por la ya ex-presidenta de la Junta, ha acabado por ser la trampa perfecta en la que ella misma y sin ayuda ha caído, sentenciando así su carrera, que estos días da sus últimos coletazos al frente de un conglomerado institucional extractivo, estéril e injustificado.
Por otro lado, el PSOE, siguiendo su tónica delirante, ha pecado de prepotente, atreviéndose una vez más a manejar lo que se encuentra fuera de su alcance. Promover una moción de censura contra un Gobierno que había logrado una cierta estabilidad parlamentaria fue una temeridad. Pedro Sánchez se tiró de cabeza a una piscina sin agua, siendo rescatado por fuerzas políticas muy distintas a las que sus propios votantes aceptarían alguna vez como aliadas. El pacto sesgado por ideologías minoritarias y las continuas concesiones a dichas minorías, formadas por independentistas radicales, batasunos y comunistas, no ha hecho más que desgastar públicamente a un ingenuo Sánchez que siempre ha visto La Moncloa como su objetivo personal: un paraíso terrenal que le daría la llave de una jubilación dorada precoz.
No podemos olvidar la estrella del momento: Franco. El PSOE, en su obsesión por cebar aún más su ego, ha estado en los últimos meses más pendiente de la momia de un dictador que de los ciudadanos vivos de su país. Sacar un puñado de huesos y ver dónde se pueden trasladar para que no molesten ha sido el principal quebradero de cabeza de todo un ejecutivo desde que empezó su andadura institucional el pasado verano, y eso parece que no ha dado los frutos que se esperaban, pues del clamor popular y de convertirse en un héroe antifranquista, Sánchez ha pasado a ser el cuñado monotemático que, tras dos gin-tonics, consigue copar toda la atención a base de gritos ordinarios en las cenas de Navidad.
Sánchez ha conseguido en meses lo que los andaluces llevamos intentando cuarenta años: echar al PSOE de la Junta de Andalucía.
Sánchez ha conseguido en meses lo que los andaluces llevamos intentando cuarenta años: echar al PSOE de la Junta de Andalucía.
El PSOE se ha dedicado hasta ahora a gobernar centrando sus esfuerzos en mantener contento y callado a un reducto radical, creyendo que le reportaría éxitos futuros, renegando al mismo tiempo de España. Y eso no se olvida ni se perdona.
A partir de ahora empezaremos a escuchar en los medios una insistencia continua avisando de la bomba de relojería que ha entrado en el Parlamento andaluz. Escucharemos innumerables e infundadas críticas si se alcanza un acuerdo de Gobierno, por permitir PP y Ciudadanos que la supuesta extrema derecha que va acabar con las libertades de los españoles campe a sus anchas en las instituciones. No, señores. La llave de la entrada masiva de Vox en el mapa político nacional han sido sus votantes. Y la gente no se equivoca. Los idearios y los programas electorales se encuentran a disposición de todo aquel que quiera consultarlos. Y solo por ello, su resultado es legítimo y respetable. Quizá los equivocados sean los que han perdido, a base de ignorar los reclamos de su pueblo, la confianza de sus votantes.
¿Acaso es menos lícito Vox que el Gobierno de Pedro Sánchez, enaltecido gracias al apoyo de un partido dirigido por miembros de una banda terrorista que asesinó durante años a representantes públicos elegidos en democracia?
En sus discursos tras conocer los resultados electorales, las dos formaciones de izquierda, sin un ápice de autocrítica, volvieron a hacer alarde -como siempre- de la superioridad moral que les define y les eleva en cuerpo y alma por encima del resto de los mortales indisciplinados que no secundamos dócilmente su doctrina. Díaz hizo un llamamiento explícito a las fuerzas constitucionales, dando a entender que Vox no lo es, para frenar el auge de la extrema derecha en Andalucía. Ese reclamo quizá hubiera venido mejor cuando su líder decidió despreciar el constitucionalismo, y por ende patear a España, a cambio de recoger las migajas parlamentarias que Rufián e Iglesias iban dejando a su paso.
España vive una catarsis política resultado del continuo desprecio al que estamos sometidos por una buena parte de la clase política. Andalucía es el termómetro de esa explosión que acontecerá en los próximos tiempos y que reflejará la búsqueda por parte de todos los españoles de una sociedad mejor.
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