lunes, 3 de abril de 2017

Las dos caras de Cassandra

El mundo parece haber cedido su órbita gravitacional a Cassandra Vera, ese joven transexual condenado a un año de prisión por manifestarse de manera violenta e incitar al odio en las redes sociales. La izquierda española, como no podía ser de otro modo, se ha volcado con Cassandra expresando de manera falsa e hipócrita su anhelo de que algún día, en España, se alcance la plena libertad de expresión. 

Hace ya varias semanas que tuvo lugar la polémica por el autobús que Hazte Oír sacó a la calle para expresar un pensamiento, una idea. Después de sufrir la colérica reacción y la sentencia de un subjetivo y sesgado comisionado moralista, ese autobús ha sido vetado y boicoteado en todas las ciudades por las que ha osado circular. 
Hoy, la conocida incongruencia de la nueva y resabiada izquierda española decide virar radicalmente en sus principios y centrarse en el mediático y enriquecedor -electoralmente hablando- caso de Cassandra Vera, pues el motivo por el cual la han condenado se adapta perfectamente a las exigencias morales que han de regir la mente de todo buen marxista. Las redes, copadas por las embrutecidas opiniones de los fans de las estrellas proletarias, enjuagan sin un atisbo de pulcritud la imagen de Cassandra, aseverando al unísono que solo se trataba de simple humor inocente. Un sentido del humor caduco y rancio que desgraciadamente brotó en su día de la cabeza de un joven enajenado, que, haciendo uso de múltiples obscenidades y desvaríos, buscaba cobijo en el regazo del sector más radical de nuestra sociedad. 

Iglesias y su erudita tropa cainita se han apiadado de la desdichada circunstancia de este post-púber conflictivo, olfateando como sabuesos famélicos la repercusión mediática que dicha situación reportará a sus arcas parlamentarias y de la cual serán beneficiarios directos si la gestionan. Cassandra no les importa lo más mínimo. Me atrevería incluso a decir que Pablo Iglesias ha pensado en darle unos azotes de los suyos por no haber tenido la consideración de haber sido condenada antes de las elecciones del 20-D, pues eso le hubiera permitido llamar la atención de los medios de comunicación en un momento en el cual se vaticinaba un modesto resultado electoral que prohibiría a los jinetes morados del apocalipsis social asaltar los cielos. 

Cassandra, ese ser que se dice damnificado y condenado de por vida por la tansfóbica Justicia española, toma el testigo estéril de la lucha por la libertad de expresión y en contra de las mordazas mientras publica a tiempo real en su cuenta de Twitter un reproche contra Carlos Alsina por haberle formulado una simple pregunta. Quejándose del trato recibido por parte del periodista, que no tuvo la delicadeza de recibirla entre halagos ni bendiciones, la tuitera trans ventiló sus contradicciones y hundió en pocas palabras ese resquicio de libertad que, según ella, queda en España. 
Cassandra peca, como todos sus afines, del ejercicio de esa doble moral retrógrada al blasfemar acerca de lo que debería ser la libertad. Ella cae en el error de creer que la libertad de expresión ha de mantenerse únicamente dentro de la linde ideológica que establezcan los que la asesoran en su lucha. Su indignación y la de sus compadres viene impregnada de un sentimiento que por sí solo se delata. Todos ellos manifiestan indirectamente su deseo de que exista una moral escalonada bajo la cual los mismos actos se juzguen en función del color de piel, la ideología o el sexo del que los acometa. 
Cassandra Vera se ha convertido en otro de los tantos émulos de aquellos que untan con sentimientos de odio los cerebros ajenos. Eso nos debería hacer ver que lo verdaderamente dramático de la situación de Cassandra no es su condena judicial, sino el ser con 22 años presa de un pensamiento absolutista que marcará una cadencia rencorosa y repleta de odio el resto de su vida.

Pronto asistiremos a un desequilibrio ideológico en el cual la libertad de expresión será cercada por gruesos muros ideológicos que pondrán límites a cada palabra y a cada gesto, fijando un umbral de libertad en base a un profundo sesgo moral. Pronto, desear la muerte de un político o una figura pública no afín a lo moralmente establecido será libertad de expresión, mientras que bromear acerca de la voz masculinizada de Cassandra Vera se convertirá en un delito de odio. Pronto, las tumbas de numerosas víctimas de masacres terroristas podrán ser profanadas con impunidad, pero a una profesora de primaria no se le permitirá decir a sus alumnos que el aparato genital masculino se compone de pene y testículos. Amancio Ortega será considerado un terrorista mientras se permitirá portar explosivos en una manifestación, siempre y cuando ésta sea ideológicamente afín al régimen de opresión que sin duda volverá, después de más cuarenta años enterrado, pero esta vez de la mano de los que se dicen contrarios al mismo. 


1 comentario:

  1. Enhorabuena por tu blog, me ha gustado como has explicado la libertad de expresión según la izquierda. Lo comparto en mi Facebook https://www.facebook.com/xpepeojeda/

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