España acaba de entrar en una crisis política y social sin precedentes. El 1-O deja abierta la puerta a que, en los próximos días, sea llevada a cabo una declaración unilateral de independencia con la que los secesionistas venían amenazando meses atrás. La política estéril que ha caracterizado durante todo este periodo al Gobierno central con respecto al conflicto catalán deja ahora a los españoles vendidos y desnudos frente a golpistas cuyo único fin es el de violar nuestros derechos y libertades.
Sorprende mucho ver hacia dónde va dirigida la represalia moral una vez se ha hecho balance (erróneo) de una jornada en la que nuestra democracia ha sido herida de muerte. La crítica principal ha ido encaminada en sentido opuesto. Y es que, en lugar de desenmascarar el discurso ficticio del Gobierno de la Generalitat y exponer ante España y el mundo entero sus indecentes ademanes totalitarios, una buena parte de la opinión pública así como algunos miembros de la comunidad internacional han optado por ensombrecer la excelente labor realizada el 1-O por nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad -entre los que no incluyo ni volveré a incluir jamás a los Mossos d’Esquadra-, estableciendo un juicio de valor cuya sentencia moral deriva indebidamente en un orgulloso enaltecimiento del agresor mediante su victimización mediática.
Por eso hoy, un día después de consumarse la fractura social tan deseada y perseguida por algunas mentes retorcidas, un ciudadano cualquiera como yo quiere dedicar unas palabras de agradecimiento a los que se dejaron la piel intentando mantener la integridad de nuestro país.
Es digno de reconocimiento el estoicismo con el que la Policía y la Guardia Civil defendieron los derechos de todos y cada uno de los españoles, incluidos los independentistas que les insultaban, escupían y golpeaban. Bajo las órdenes de la Justicia y siguiendo el mandato de nuestra Constitución, los agentes se desvivieron por preservar intacta la libertad de todos los españoles frente a un referéndum ilegal, esforzándose de manera sobresaliente en defender el prestigio de la Ley, que hace tiempo ya que peligra. Y lo hicieron con firmeza y sin esperar absolutamente nada a cambio, únicamente declarando con sus actos una clara vocación de servicio público. Lo hicieron por todos nosotros. Sí, por todos.
Agradecerles también su absoluta independencia e imparcialidad, pues no solo los Mossos no ayudaron a frenar el esperpento tiránico del 1-O, sino que dedicaron todos sus esfuerzos en avivar la llama de los más radicales, porque quien calla, otorga. Y los policías autonómicos -si así se les puede llamar- callaron demasiado, contribuyendo interesadamente a medrar el odio visceral que un sector de Cataluña profesa hacia nuestros cuerpos de seguridad y hacia sus compatriotas. Pero pese a la indigencia moral de los Mossos, policías y guardias civiles exhibieron una altura y una honradez propia de héroes a los que poco les importa la cobardía de los que les rodean. Mientras algunos daban la cara en pos de la democracia, los Mossos d’Esquadra se colocaron la medalla del pacifismo y rechazaban con hipocresía la “violencia” ejercida por sus compañeros, consiguiendo una amplia y facilona aceptación de los que apoyan la tiranía siempre que provenga de otras latitudes mientras tildan de fascista a un ciudadano que defiende sus derechos fundamentales en su país. Se hicieron con un club de fans bastante volátil, pues deben de padecer algún tipo de trastorno amnésico que les impide recordar los porrazos repartidos por los Mossos en las acampadas del 15M en la Plaza de Cataluña.
Es curioso ver cómo el nacionalismo ha vendido su amalgama ideológica ante medios y políticos como un movimiento pacífico y democrático. Nunca lo fue. La violencia no debe ser entendida únicamente como el uso de la fuerza ante aquel que desoye las reiteradas advertencias de la Justicia. La violencia abarca mucho más. O por lo menos, en estas circunstancias, debería hacerlo. Nos dicen que son demócratas y pacíficos los que clasifican a funcionarios, insultan y amenazan a jueces y fiscales e impiden expresarse libremente a líderes de otras formaciones políticas. Y permítanme dudar de que en las almas de los adalides nacionalistas exista un solo ápice de tolerancia cuando les veo fotografiarse abrazados a terroristas mientras desprecian a los compañeros de quienes murieron asesinados por los mismos. Eso, damas y caballeros, es la peor de las violencias. La que no duele físicamente.
Muchos dirigentes, además de los nacionalistas, se han sumado al carro de la condena a la supuesta represión llevada a cabo por parte de policías y guardias civiles. La izquierda más oportunista no ha dudado en empachar las redes sociales de fotografías maquilladas y falsos bulos para así denigrar a personas que velan también por su seguridad. Es lo fácil. Lo difícil es convencer un padre de que no utilice a su hijo como escudo humano mientras te escupen en la cara. Lo difícil es retirar la mirada al que te desafía. Lo difícil es verse en la impotencia de no poder convencer de que requisas urnas porque esas urnas opacas destrozarán tarde o temprano nuestra democracia.
Todo esto se podría haber evitado si el Ejecutivo hubiera cogido las riendas de la situación a tiempo, evitando así que los niños fueran adoctrinados en las escuelas, los policías adiestrados y los trabajadores públicos chantajeados.
Hoy solo puedo agradecer enormemente a esas personas que, a sabiendas de que padecerían las represalias de una parte muy ruidosa de la sociedad, lo dieron todo por la libertad.
Gracias.
El ejército sólo actúa si hay una fuerza opresora real y una alerta 5.
ResponderEliminarEspaña está conmocionada
Muy muy buen post.
@Verte