“Tenim les vostres dades de manera il·legal”. Con esta frase pronunciada por el juez y ahora senador de ERC Santiago Vidal, abre el diario El País una noticia. En un ciclo de conferencias organizadas por Esquerra, donde se explicaba cómo se está gestando y cómo será la utópica república catalana, el representante de ERC ha dejado entrever que el golpe mortal que algunos pretenden dar a nuestra Constitución está más cerca de lo que el resto de España piensa.
Son demasiadas las amenazas que, por parte del colectivo rupturista, recaen continuamente sobre la sociedad civil poniendo en entredicho nuestra libertad. Los delirios de Puigdemont, Mas, Junqueras y otros recaderos absolutistas del nacionalismo, han terminado por materializarse en actos y hechos que, de ser ciertos, supondrían el inicio del fin de nuestra democracia. No habrá un desenlace alternativo para España si el Gobierno no actúa y continúa extraviado por la senda del estatismo, negociando y reuniéndose con los que, según Vidal, han conseguido recabar los datos fiscales de todos los catalanes de manera completamente ilegal. Esos amagos golpistas han cuajado, conformando una masa pastosa e inapetente de cegados ignorantes que no son capaces de vislumbrar la gravedad de la situación que tienen delante. Me refiero por supuesto a los miembros de nuestro Gobierno, que no han sabido -o no han querido- reaccionar con contundencia ante el desafío separatista. Mientras Sáenz de Santamaría se reunía con Junqueras y ambos hacían alarde de una sintonía política inusual e hipócrita, los súbditos del “pruces” se encargaban de gangrenar demagógicamente nuestra democracia, gestando y ejecutando sus planes xenófobos e intolerantes. Era de esperar, pues la única muestra de sinceridad que ha dado el Gobierno de la Generalitat hasta la fecha, ha sido su intencionalidad de ignorar y hostigar la libertad y los derechos del resto de los españoles.
Para Puigdemont y compañía no ha debido ser difícil trazar una hoja de ruta al margen de la legalidad, accediendo a información clasificada, tanto de los catalanes que les votaron como de los que no, pues, como hemos podido ver durante años, la canallada del golpismo ha sido aupada y consentida por una larga lista de dirigentes políticos. Podríamos enumerar, dando los nombres y apellidos de esos permisivos dirigentes, empezando por los del Partido Popular, que sigue creyendo encabezar la lucha contra el nacionalismo, y, pasando por los desorientados socialistas, terminaríamos esta lista de cómplices separatistas con los comunistas del “todo vale” liderados por Pablo Iglesias, ese engendro político que nos ha demostrado en numerosas ocasiones que por un voto vende hasta sus impúdicos principios marxistas.
El folclore separatista lleva años desangrando descaradamente nuestros valores democráticos. Su discurso caduco y hostil ha taladrado hasta tal punto los oídos de la sociedad civil que, al final, la gran mayoría de la misma ha acabado normalizando una situación que nada tiene de ordinaria. Los separatistas siempre han estado ahí al fin y al cabo, en su rincón, intentando llamar la atención de las altas esferas de la comunidad internacional y cosechando estrepitosos fracasos. El último fiasco, sin ir más lejos, fue la conferencia de Puigdemont en Bruselas, a la que la mayoría de eurodiputados decidieron no asistir, quizá porque lo único soberano que habitaba la sala era la pereza que suscitaban los asistentes a la charla. Esa fue una de las numerosas incursiones quijotescas que el President, siempre acompañado de su Sancho Panza, Oriol Junqueras, protagonizan cada cierto tiempo, perdiendo el contacto con la realidad que les rodea.
Mis sentimientos se encuentran ahora enfrentados. Basándome en los precedentes de la corrupta y enajenada casta separatista, no sé si debo mostrar mi preocupación por las palabras de Santiago Vidal, o, si por el contrario, debo soltar una carcajada manchada de penumbra por un hombre que, sin quererlo, ha perdido toda capacidad propioceptiva y se ve a sí mismo dueño y señor de un poder que ansía pero no controla.
Hoy tocamos con la punta de los dedos lo que a muchos les parecía una fanfarronería quimérica. Asistimos al inicio de nuevos tiempos que podrán culminar con las cenizas de nuestra democracia o con el fortalecimiento de una sociedad libre y fraternal. Mientras sigamos permitiendo la permanencia en las instituciones de políticos como Santiago Vidal, que aseguran de manera explícita ser cómplices de un delito, nuestros valores seguirán enquistados a merced de unos pocos y bajo la amenaza constante del totalitarismo.
Nuestra clase política es el reflejo de nuestra sociedad, que pide a gritos que la ley impere por encima de todo. Esa petición ha de ser la que arme de valor de una vez por todas a nuestros representantes para, con decisión, defender el interés general.
Mientras sigamos escondidos, otros nos buscarán para someternos. Un pueblo subyugado es un pueblo atemorizado. No dejemos que el miedo destruya lo que otros levantaron con valentía y esfuerzo.