viernes, 6 de octubre de 2023

Sánchez pedirá su propia amnistía

Como era previsible, la investidura fallida de Feijóo ha dado paso a que Felipe VI proponga un nuevo candidato a la Presidencia del Gobierno. Justo cuando se cumplen seis años del asalto institucional perpetrado por el independentismo catalán cuyas consecuencias judiciales aún no se han resuelto del todo, el monarca ha asignado a Pedro Sánchez la tarea de formar Gobierno a la vez que este último negocia la nulidad definitiva del poder judicial con los mismos que cometieron una de las mayores atrocidades de nuestra democracia. 


Al PSOE se le plantea un dilema moral importante, y es la aceptación de las exigencias de un separatismo en horas bajas que quiere reconquistar a un electorado inerte a base de ejercer el chantaje político hacia el adversario –por no llamarlo cómplice–, cuya norma no es otra que la práctica del delito sin consecuencias. 


Y es que, durante la última legislatura, el concepto separatista se ha ido deshilachando a causa del inmovilismo de aquellos que pregonaban a viva voz un referéndum de autodeterminación. Ese mantra recalcitrante ha terminado por desembocar en una hemorragia electoral que los del procés han de cortar cuanto antes si quieren seguir viviendo del dinero que les dan el resto de los españoles. A los resultados me remito. Paradójicamente y por suerte para ellos, hoy esa debilidad se ha convertido en ventaja, y el independentismo exhibe, más amenazante que nunca, un músculo político hipertrofiado que promete en mítines y ruedas de prensa romper con un golpe seco el orden constitucional. Y esta vez no fallará, pues pretende ostentar el beneplácito de un Gobierno tejido a medida para la causa nacionalista. 


En realidad, a Sánchez y al “nuevo” PSOE del que tanto se enorgullecen sus ministros no les viene grande Puigdemont, sino que lo necesitan como estrategia política sea cual sea el resultado de las negociaciones. 

Si nos fijamos bien en el discurso que el Presidente del Gobierno en funciones ha pronunciado después de que el rey le encargase la investidura, vemos que no se escucha ni una sola vez la palabra amnistía. Y no es casualidad, pues en la ambigüedad y la perversión del lenguaje está su mensaje. Pedro Sánchez no quiere adelantar acontecimientos ni hablar más de lo necesario para no verse maniatado por la opinión pública en un futuro próximo. 


Al nuevo candidato se le plantean dos escenarios posibles: el primero en el que Junts y ERC acepten la propuesta de una ley de amnistía y dejen en punto muerto la exigencia de un referéndum. En tal caso, tendremos un Gobierno “progresista”, por llamarlo de algún modo, y veremos a un PSOE que se mostrará como el salvavidas que mantuvo a su país al margen de caer en el abismo separatista. La amnistía pasará de largo y copará titulares estériles y poco elocuentes en medios y tertulias, y, el tiempo que dure esa quimérica legislatura, veremos a toda la bancada socialista, servil y sumisa, atender con pasión las necesidades y caprichos de un delincuente. El otro escenario posible, que es por el que yo me decanto, es en el que Puigdemont niegue la investidura sin un compromiso previo de  referéndum. Es entonces cuando asistiremos a otra de las estafas de un Pedro Sánchez que, con aire solemne y patriota, se vanagloriará de no haber cedido a las coacciones ejercidas por lo que volverá a llamar un prófugo de la justicia. Anunciará la repetición electoral mientras desempolva la bandera nacional, y creerá nuevamente en el mismo Estado de Derecho que estaba dispuesto a pisotear si así lo llega a ordenar Puigdemont. Los suyos le describirán como un constitucionalista fiel a los principios de un PSOE que ya no existe pero que se  venderá a sí mismo como lo que fue y no como lo que realmente es: la grupi histérica de un guaperas famosete cuya abstinencia de poder se le hace tan insoportable que sería capaz de vender uno por uno los pueblos de España si ello le permitiera dormir una noche más en el Palacio de la Moncloa. 


En definitiva, la estrategia del Partido Socialista no es otra que la de hacer lo que lleva haciendo desde 2019: tomar el pelo a los españoles. Pero cada vez surgen más voces críticas que alertan del mal camino que se ha optado seguir desde la formación, que se dirige a un precipicio ideológico del que le será difícil salir. Pedro Sánchez caerá, porque nadie sobrevive a su propio suicidio. Un suicidio fraguado entorno a una doble personalidad cuya máscara moral cada vez es más frágil.  Cada mentira cuenta, y al PSOE se le acaban lo argumentos para justificar unos cambios de rumbo cuya motivación no es otra que la de mantener a un líder personalista y sin escrúpulos al frente de la toma de cualquier decisión. Tarde o temprano, Pedro Sánchez y el PSOE pedirán indirectamente su propia amnistía, y será entonces cuando, habiendo tomado nota de todo, los españoles decidirán si deben concedérsela o no. 

viernes, 28 de diciembre de 2018

El suicidio colectivo del PSOE

A veces me sorprendo cuando veo a Pedro Sánchez, en estos tiempos tan duros para el socialismo español, hacer apariciones públicas (pocas) o escribir en las redes sociales mostrando una integridad moral envidiable. Lo cierto es que me genera cierta incomodidad el ver que alguien es capaz de elaborar una pose tan fraudulenta de cara a la galería cuando por dentro, las llamas de sus errores deben estar abrasando sus entrañas.

Es curioso que el día que el socialismo pierde su bastión más férreo, Andalucía, un militante socialista cuyo padre fue asesinado por ETA pida la baja del partido al no poder soportar más esta bacanal insultante que Sánchez y su séquito se montan a diario con nacionalistas y proetarras. 
Si el presidente del Gobierno tuviera la más mínima convicción o gozara de algo de memoria de lo que fue su partido y por lo que lucharon muchos de sus antecesores, se rompería en mil pedazos al ver cómo José María Múgica decide abandonar un proyecto con el que dejó de identificarse hace tiempo y por el que su padre dio la vida. Con espanto corrosivo han debido ver los socialistas de bien ese ignominioso reportaje propagandístico en el que aparece Idoia Mendia brindando con Otegi en una actitud vergonzosamente amigable. Y Sánchez, víctima del histrionismo, no se ha podido desmarcar de la polémica y ha decidido, restándole públicamente importancia al asunto, blanquear –como viene siendo costumbre– a un terrorista que mancilla a diario nuestras instituciones. 

El presidente del Gobierno ha pasado a formar parte de la ofensiva separatista que en estos tiempos se encuentra en unos niveles de virulencia y peligrosidad alarmantes, dando así alas a los que quieren sembrar el pánico en Cataluña usando métodos ya pasados y contra los que muchos valientes lucharon. Exhibe sin pudor su complicidad con los detractores del orden, convirtiéndose en el perfecto secuaz al servicio de una panda de tiranos golpistas. Nuestro presidente está convencido de que su irrespetuosidad institucional, orquestada al son de las migajas políticas de separatistas y radicales, le permitirá conservar el poder robado. Craso error.

En Andalucía hablan los socialistas del pacto de la vergüenza entre el PP, Ciudadanos y VOX, tildando dicho pacto como un monstruo de tres cabezas que viene a aniquilar y coartar la libertad de los andaluces. Parecen haber olvidado que la dignidad de sus compañeros, así como la memoria de un PSOE que un día quiso una España mejor, fueron subastadas sin miramientos por Pedro Sánchez en la casa de la democracia hace pocos meses. Desde entonces, Sánchez ensucia a diario de inmoralidad los sillones en los que se sentaron un día los promotores de nuestra libertad. 

Como Dorothy Gale, ajeno al mundo pero terco en su objetivo, Sánchez ha puesto rumbo a Oz, un lugar que promete salvarle de todos sus males, pero que no es más que una ilusión generada por seres carentes de corazón, cerebro y valentía, que le guían hacia la cruda realidad de su existencia.

Era previsible que los españoles devolviéramos en las urnas los reiterados golpes de un presidente que desprecia nuestra voluntad. Hemos demostrado que no somos animales irracionales que siguen deslumbrados los pasos de una persuasiva y anticuada folclórica que se dedica a prometer el mundo cuando no puede ni dar la cara por su propia gente. 

Sánchez sabe que se equivoca, pero también es consciente de que es tarde para salir del bucle de indecencia en el que entró por su propio pie. Prefiere mantener su estafa antes que reconocer con dignidad sus errores. Pero ha de saber que su intento de sobrevivir no es más que un suicidio político en diferido, que tarde o temprano llegará de la mano de una España constitucional que rechazará sus políticas de pleitesía y servidumbre hacia los que quieren destruirla, arrastrando consigo a sus cómplices y dejando caer a un PSOE cada vez más corrompido.













martes, 18 de diciembre de 2018

Todos somos culpables


La libertad es un tesoro que nos es entregado parcialmente al nacer, y cuya plenitud y bendiciones descubrimos en algún momento de nuestra vida tras largos caminos y duros esfuerzos. Jamás pensamos en lo valiosa que es esa libertad hasta que un hipotético y lejano “nunca” se convierte en un abrupto y catastrófico “ahora”. Todo mal es lejano hasta que acontece delante de nuestras narices. Y, así, en el momento en el que tomamos conciencia de ese mal, es demasiado tarde. 


Otra mujer más ha sido presuntamente asesinada en manos de algún desquiciado ser que hasta ahora habrá gozado de la libertad que ella nunca más volverá a tener. Todo por lo que Laura Luelmo ha luchado a lo largo de su vida, todo el camino que ha recorrido con el simple objetivo de ser una persona libre, ha quedado sumido en el ostracismo vital consecuencia de un egoísmo ajeno a ella misma. La libertad de Laura le ha sido arrebatada sin un ápice de compasión, vergüenza o arrepentimiento. Porque, permítanme que les diga que una persona que asesina de manera fría y deliberada, jamás verá en sus actos algo por lo que lamentarse en un futuro. Jamás comprenderá el dolor que causa, ni podrá llegar a advertir las vidas con las que arrasa cuando cumple su propósito de secuestrar un alma inocente y llena de ilusiones. 

Laura Luelmo, una profesora recién aterrizada en el mundo, se topó circunstancialmente en el camino de un malnacido, sin tener culpa de que este último campase a sus anchas por este mundo. Ella no podía imaginar que el propio ser humano pudiera darle tamaño revés cuando no había hecho nada para merecerlo.

Voy a aventurarme a plantear la hipótesis de que su asesino haya sido su vecino, la misma persona que mató hace años a una mujer a cuchilladas, estuvo en la cárcel por ello y en un permiso penitenciario hirió con un cuchillo a otra tras intentar violarla. 
Hace poco más de un mes, este delincuente salió de prisión y volvió a tocar con los dedos esa libertad que jamás vivirán otras personas como Diana Quer, Marta del Castillo, o la recién fallecida Laura Luelmo. 
Si esa hipótesis se confirmase, pregúntense si el presunto asesinato de Laura se podría haber evitado de alguna manera, y, si es así, pregúntense cómo. ¿Me pueden entonces explicar qué somos? ¿Acaso no seríamos en parte culpables de su muerte? ¿No sería justo que todos los que consentimos que su hipotético asesino reincidente esté libre fuéramos privados de una décima parte de la libertad que entre todos le hemos arrebatado? ¿No deberíamos arrepentirnos todos y pedir perdón tras haber cometido un grave error como sociedad?

Todos seríamos culpables de su muerte. Sí, todos. Por dejar en libertad a una persona que se ha esforzado en demostrar su falta de compromiso con la sociedad, su falta de escrúpulos y su falta de moral. Por dejar libre a quien encadenó a otras personas a la muerte.

Somos culpables y seguiremos siéndolo mientras sigamos expectantes ante estas atrocidades y no seamos capaces de ponerles remedio. Siempre será más fácil tuitear y mostrar una falsa indignación por una desgracia que se podría haber evitado si jamás se hubiera soltado a un criminal, mientras defendemos estáticamente penas insustanciales creyendo que todo aquel que cumple condena se adapta a un modelo idílico de delincuente que acaba por reconocer y arrepentirse de sus errores. No, señoras y señores, la mente humana no funciona así. No todo el mundo es empático con las personas que están a su alrededor. No todo el mundo se deshace de una repugnante obsesión sanguinaria por el mero hecho de pasar unos años entre rejas. No surte el mismo efecto en todo el mundo una determinada terapia psicológica. 
Hay mentes enfermas, cautivas de sí mismas y envenenadas hasta tal punto que sueltan ese veneno en el momento en el que tienen oportunidad para hacerlo. Y todos queremos pensar que no es así, y tratamos de imponer nuestro deseo de un mundo utópico en el que no exista el mal. Erróneamente, pues el mal existe y seguirá existiendo. Una foto en Twitter o una manifestación no van a devolver la vida a todas las mujeres que año tras año son asesinadas. 

Nuestra sociedad se empobrece cada vez que un desgraciado mata a una persona inocente. Y somos responsables por no poner remedio a un virus contra el que la única opción que existe es la de su erradicación, impidiendo que prolifere y se multiplique. No hay otra forma. Y mientras no lo erradiquemos, seguiremos siendo una sociedad que peligra seriamente. 


El ser humano es tremendamente variable en actitud y comportamiento. Ese es el primer paso que nos llevará a entender la realidad de la cual formamos parte. Mientras no abandonemos ese mantra hipócrita del “Todos somos iguales y tenemos los mismos derechos”, deberemos seguir cargando sobre nuestras espaldas con las muertes de todas aquellas mujeres que perdemos por el simple hecho de no ser verdaderamente justos.

lunes, 3 de diciembre de 2018

El por qué

Como un thriller repleto de suspense y misterio. Así ha transcurrido el 2-D en toda Andalucía. A medida que iba avanzando la jornada, Susana Díaz palidecía al ver cómo hasta sus más fieles seguidores le preparaban la maleta para salir de San Telmo. Y es que, ni todo el PER del mundo ha podido con la desgana de un pueblo harto de ver que la vida es aquello que pasa mientras la dueña y señora del cortijo sigue ahí, enraizada y estática en un viciado sillón de piel. 
La caída de la participación en los núcleos más socialistas puede interpretarse como que no soy yo el único andaluz con empacho socialista.

Nunca el PSOE había sufrido tamaño varapalo en su propia fortaleza en la que se ha colado la rebelión del pueblo andaluz, gestada en gran parte por las continuas faltas de respeto del propio PSOE a los españoles en general.

El por qué de este terremoto electoral lo tenemos en el día a día de una España que ha caído en el más puro ostracismo para sus dirigentes. 

Es indudable por un lado que el haber hecho oídos sordos a la situación judicial que, día tras día, noticia tras noticia e imputado tras imputado, vive su partido, no ha hecho demasiado bien a la candidatura de Susana Díaz. La telaraña corrupta tejida durante años por el PSOE en Andalucía, y cuidada con esmero por la ya ex-presidenta de la Junta, ha acabado por ser la trampa perfecta en la que ella misma y sin ayuda ha caído, sentenciando así su carrera, que estos días da sus últimos coletazos al frente de un conglomerado institucional extractivo, estéril e injustificado.


Por otro lado, el PSOE, siguiendo su tónica delirante, ha pecado de prepotente, atreviéndose una vez más a manejar lo que se encuentra fuera de su alcance. Promover una moción de censura contra un Gobierno que había logrado una cierta estabilidad parlamentaria fue una temeridad. Pedro Sánchez se tiró de cabeza a una piscina sin agua, siendo rescatado por fuerzas políticas muy distintas a las que sus propios votantes aceptarían alguna vez como aliadas. El pacto sesgado por ideologías minoritarias y las continuas concesiones a dichas minorías, formadas por independentistas radicales, batasunos y comunistas, no ha hecho más que desgastar públicamente a un ingenuo Sánchez que siempre ha visto La Moncloa como su objetivo personal: un paraíso terrenal que le daría la llave de una jubilación dorada precoz.

No podemos olvidar la estrella del momento: Franco. El PSOE, en su obsesión por cebar aún más su ego, ha estado en los últimos meses más pendiente de la momia de un dictador que de los ciudadanos vivos de su país. Sacar un puñado de huesos y ver dónde se pueden trasladar para que no molesten ha sido el principal quebradero de cabeza de todo un ejecutivo desde que empezó su andadura institucional el pasado verano, y eso parece que no ha dado los frutos que se esperaban, pues del clamor popular y de convertirse en un héroe antifranquista, Sánchez ha pasado a ser el cuñado monotemático que, tras dos gin-tonics, consigue copar toda la atención a base de gritos ordinarios en las cenas de Navidad.

Sánchez ha conseguido en meses lo que los andaluces llevamos intentando cuarenta años: echar al PSOE de la Junta de Andalucía.  

El PSOE se ha dedicado hasta ahora a gobernar centrando sus esfuerzos en mantener contento y callado a un reducto radical, creyendo que le reportaría éxitos futuros, renegando al mismo tiempo de España. Y eso no se olvida ni se perdona.

A partir de ahora empezaremos a escuchar en los medios una insistencia continua avisando de la bomba de relojería que ha entrado en el Parlamento andaluz. Escucharemos innumerables e infundadas críticas si se alcanza un acuerdo de Gobierno, por permitir PP y Ciudadanos que la supuesta extrema derecha que va acabar con las libertades de los españoles campe a sus anchas en las instituciones. No, señores. La llave de la entrada masiva de Vox en el mapa político nacional han sido sus votantes. Y la gente no se equivoca. Los idearios y los programas electorales se encuentran a disposición de todo aquel que quiera consultarlos. Y solo por ello, su resultado es legítimo y respetable. Quizá los equivocados sean los que han perdido, a base de ignorar los reclamos de su pueblo, la confianza de sus votantes. 

¿Acaso es menos lícito Vox que el Gobierno de Pedro Sánchez, enaltecido gracias al apoyo de un partido dirigido por miembros de una banda terrorista que asesinó durante años a representantes públicos elegidos en democracia?

En sus discursos tras conocer los resultados electorales, las dos formaciones de izquierda, sin un ápice de autocrítica, volvieron a hacer alarde -como siempre- de la superioridad moral que les define y les eleva en cuerpo y alma por encima del resto de los mortales indisciplinados que no secundamos dócilmente su doctrina. Díaz hizo un llamamiento explícito a las fuerzas constitucionales, dando a entender que Vox no lo es, para frenar el auge de la extrema derecha en Andalucía. Ese reclamo quizá hubiera venido mejor cuando su líder decidió despreciar el constitucionalismo, y por ende patear a España, a cambio de recoger las migajas parlamentarias que Rufián e Iglesias iban dejando a su paso. 

España vive una catarsis política resultado del continuo desprecio al que estamos sometidos por una buena parte de la clase política. Andalucía es el termómetro de esa explosión que acontecerá en los próximos tiempos y que reflejará la búsqueda por parte de todos los españoles de una sociedad mejor. 

sábado, 6 de octubre de 2018

Ochenta mil vergüenzas

Desde que leí que el director del Hospital Universitario Virgen Macarena, Antonio Castro, declaró que los médicos que trabajan para el SAS cobran 80.000 euros anuales, y que además sus palabras fueron respaldadas por Juan Carlos Blanco, portavoz del Gobierno andaluz, me sentí perfectamente identificado con España. Con esa España donde cualquier cargo con relación política, y, por ende, desligado de la realidad, no se dedica a otra cosa además de a salvaguardar su puesto, esputando sin pudor palabras eufónicas pero inconexas y llenas de mentira mientras espera que esa falsa verborrea no chirríe demasiado en el alma de aquellos a los que hace referencia. Me sentí traicionado por una institución a la cual estoy dedicando mi juventud y, cada vez más, mi paciencia. 

Más de cuarenta años llevamos aguantando la gestión de la sanidad andaluza por parte de un partido corrupto que no ha hecho más que robar millones y millones a las arcas públicas. Aguantamos que una comunidad autónoma tan rica como Andalucía se haya empobrecido gracias a los que mantienen sus escaños a base de pagar votos de manera encubierta. Y ahora, además, hemos de soportar que los mamporreros oficiales de este Gobierno, únicos en su especie por haber sido galardonados con dedazos de película, cuenten otra mentira más.  

Me veo pues en la obligación de hacer algunas apreciaciones. 

Lo primero que diré es que los médicos andaluces somos los peor pagados de toda España. Así lo demuestran diversas comparativas publicadas en varios medios de comunicación. Este detalle, obviado por muchos, marca la diferencia. La igualdad que tanto defiende a capa y espada el socialismo está menos presente que Quim Torra en el día de la Hispanidad. ¿Por qué un médico cuyo ejercicio profesional se desarrolla en la Región de Murcia está mejor valorado profesionalmente que yo? ¿Acaso no hemos sido sometidos a la misma presión desde que éramos esos críos de dieciséis años, cuyo idealismo y sueños iban más allá de la cruda realidad que les esperaba años más tarde? ¿Cuántas horas de estudio más que yo ha dedicado un médico vasco, o uno extremeño? ¿Por qué su plaza de MIR está mejor pagada que la mía? ¿Tienen más responsabilidad que yo? Todas estas son preguntas a las que, a día de hoy, no he encontrado respuesta.

Susana Díaz, que tardó en cursar una licenciatura en Derecho a secas lo mismo que tarda un médico en hacer la carrera y convertirse en especialista, dijo no hace mucho que la sanidad pública andaluza era “la joya de la corona”. Más bien yo diría que la sanidad andaluza es un tosco pedrusco de bisutería mal pegado con cinta aislante en su corona personal. Corona que ella misma deja rozar en un besamanos ordinario a todo aquel que aplauda aletargado su pésima gestión. 

Un médico contempla a diario el paso del mundo frente a él. En una consulta, en una planta de hospitalización o en un quirófano. Y eso tiene aspectos positivos y negativos. Por un lado, aprendemos de toda persona que reclama nuestra ayuda y le solventamos -o por lo menos lo intentamos- un problema. Ahí está la satisfacción que nos reporta día a día la medicina. Sin embargo, este sentimiento se borra de un plumazo cuando aparecen los muchos contratiempos que, por desgracia, son ya costumbre en los hospitales públicos. La presión a la cual estamos sometidos es tal, que en muchas ocasiones recibimos agresiones verbales, o incluso físicas, por hacer nuestro trabajo de la mejor manera que sabemos. Se nos exige que estemos para todos en todo momento, y que asumamos la responsabilidad de una vida cuando tenemos tres más en la cola de nuestra consulta. Trabajamos turnos de veinticuatro horas seguidas, a veces sin descanso. Evalúan nuestros objetivos en función del número de veces que recetamos determinados medicamentos o en función de las pruebas complementarias que pedimos, como si estuviéramos en una cadena de montaje en lugar de en un establecimiento sanitario. 
Y por todo eso mienten diciendo que cobramos ochenta mil euros. Para que no se les caiga la cara de vergüenza. 

En muchas ocasiones, personas ajenas a la medicina me han llamado a capítulo cuando me he quejado de mi sueldo, pues con menos dinero vive una familia. Sí, es verdad. Pero diré que estudié durante seis años una carrera, tras la cual tuve que pasar por un año de dura preparación de un examen y competir con miles de personas, para después acceder a una plaza de formación de cuatro años, durante los cuales sigo estudiando día a día después de las sesenta horas semanales de trabajo. Y todo esto, ¿para qué? Para, al acabar mi formación como médico especialista, encontrarme con un contrato que se renueva al final de cada mes. Y, aún así, a lo largo del resto de mi vida profesional, seguiré estudiando para ofrecer la mejor atención a pesar de los vergonzosos recursos de los que disponemos. 

Estas afirmaciones son una burda estrategia para dibujar, de cara al resto de la gente, un elevado a la vez que inexistente estatus social entre los médicos. Quieren acallar a los profesionales a golpe de mentira y enfrentándolos a la sociedad en general. Pretenden, con sus embustes, que nosotros mismos nos convenzamos de que somos unos privilegiados y que las personas de nuestro alrededor nos vean como tal. Ellos, socialistas, que gastaron el dinero destinado a los parados andaluces en irse de putas. Ellos, que han sido cómplices y ejecutores del mayor fraude económico de nuestra democracia, quieren enfrentar a la sociedad civil para mantener a flote sus puestos y tapar tras una cortina de humo -otra más- sus vergüenzas. 


viernes, 5 de octubre de 2018

El gatillazo de Quim Torra

El aniversario del 1-O dejó al descubierto las debilidades del procés. Los peores fantasmas del independentismo se dejaron ver en una jornada marcada por la violencia y la furia consecuencias de un proyecto cegador. Quim Torra y su patrulla canina fueron cercados por el hartazgo de los que han dado la cara en pro de un futuro prometido que no ha sido nunca más que una cortina de humo. 

La llama candente dentro de las numerosas manifestaciones a favor de la independencia que tuvieron lugar en diversos puntos de la geografía catalana el pasado 1-O se avivaba conforme avanzaba la jornada y a medida que Torra, irresponsable donde los haya, se dedicaba a caldear el ambiente públicamente como un vulgar agitador de bar de carretera. El presidente de la Generalitat trató a los CDR y al resto de manifestantes como ganado al azuzarles para que, según él mismo sugirió, “apretaran más”. Y los más borregos, obnubilados por la redundante y caduca homilía tan pronunciada por los marqueses del Palau, actuaron conforme dictaban las consignas de dichos fanfarrones a los que no les ha hecho nunca falta salir de su burbuja institucional para ojear la triste realidad que rodea la sociedad que ellos mismos han dañado, enfrentado y empobrecido. 
Pero al escuchar cómo pedían su cabeza los que en tiempos pasados vitoreaban sus hazañas, a Torra se le pusieron de corbata. Y es que, al presidente de la Generalitat le está siendo poco rentable la mentira que sus predecesores consiguieron sobrellevar disimuladamente y con cierto éxito hasta cubrir sus necesidades vitales para el resto de sus vidas. Demasiado tiempo viviendo de lo mismo y un excesivo esfuerzo para un cobarde holgazán que nunca ha tenido las agallas para cumplir con lo que dice.

Los convocantes de las manifestaciones, al ver que la cosa se iba de madre y que en las calles revueltas no solo se escuchaba el habitual mantra en contra del Gobierno de España, sino que también ellos mismos eran motivo de conflicto, decidieron en vano mandar a las fieras (que creían domesticadas) de vuelta a sus respectivas madrigueras. 
Pero lejos de retirarse, un grupúsculo de radicales consiguió reducir a simple anécdota todo un dispositivo policial que, según el consejero de Interior, no tuvo fisuras y cubrió todas las expectativas que se podían esperar del aniversario de un crimen. ¿Esos mossos, casi vestidos de calle, enfrentándose a una multitud enardecida y otros tantos encerrados en un edificio institucional pensarán lo mismo? 
La no comparecencia de todas las figuras responsables de ese párvulo intento de muestra de autoridad siembra dudas razonables.

El ansiolítico institucional ha sido siempre la estrategia estrella del PDeCat para modular el sentimiento de una parte cada vez menos tolerante de la sociedad. Y esta vez no ha surtido efecto.

No contento con el fracaso del 1-O, Torra decide, días más tarde, volver a convencer a sus ex-acólitos mandando un ultimátum a Pedro Sánchez. O referéndum o muerte política del Gobierno central. Reconoceré que alguna que otra mariposa revoloteó dentro de mi estómago al leer el titular y contemplar un posible desalojo exprés de La Moncloa, tanto si el presidente del Gobierno aceptaba ese referéndum como si no. Sin embargo, la amenaza no es más que otro globo sonda lanzado al aire para tratar de disuadir atenciones y de paliar los malos ánimos que giran entorno al actual Govern.
Creyendo que la enésima bomba de humo triunfaría, Torra se ha quedado solo. Ni ERC, que ha decidido aceptar las negociaciones con el ejecutivo central, se ha posicionado del lado del presidente de la Generalitat, dejando que todo el peso de sus contradicciones caiga sobre él para desgastarlo aún más. 

Sobre Sánchez y su Gobierno sigue sobrevolando el sentimiento de pánico ante la posible pérdida de sus volátiles apoyos, así que permanece como esa madre resignada e incapaz de dar un cachete a su hijo insolente e irrespetuoso. 
Celaá, poco menos que suplicando, insta a Torra a que gobierne y abandone el tono amenazante. Aseguran desde el ejecutivo socialista que no existen motivos para aplicar el artículo 155 que pide la oposición y se mantienen inmersos en una supuesta prudencia. O, mejor dicho, en una actitud pasiva mientras el nacionalismo desangra al resto de España. Y lo que dure, duró. 
Sánchez espera impaciente los azotes de Quim dominatrix en una reunión en la que no se hablará de referéndum, sino que servirá para permitir a Sánchez mantener su ciénaga política a cambio de dinero para la gira promocional independentista. 
Nuestro presidente no hace más que rebajar un cubata demasiado cargado de amenaza y despropósito, pues los sillones de Moncloa son muy cómodos y cualquier decisión puede ser la pista de aterrizaje del sueño delirante que vive desde hace más de 100 días. 


El independentismo continúa desgastándose, tanto dentro como fuera de nuestro país, manteniendo el asombro y la perplejidad de los que observan cada uno de sus erráticos pasos. Tras el aniversario de un 1-O pésimamente gestionado, con una crisis creciente dentro de su propio aquelarre, al ver que los que antes lo apoyaban ahora son más radicales, menos tolerantes y menos pacientes y a las puertas de una sentencia del Tribunal Supremo, Torra lanza un grito agudo de damisela en apuros para que le escuchen donde sea y acudan en su ayuda. El monstruo creado no ha sido ni por asomo el que se esperaba. Esperaban un pasaporte electoral sin fin y han obtenido a un engendro democrático que ha dejado de conformarse con las palabras para pasar a luchar físicamente por la única causa que le importa, que es la que ellos mismos han vendido. Mientras tanto, los catalanes siguen pagando impuestos. 

viernes, 8 de junio de 2018

Se abre el telón

Pedro Sánchez tiene ya quien le acompañe durante esta nueva aventura de gobernar un país. Las carteras del nuevo Gobierno socialista están repartidas, y, por primera vez y salvando tres o cuatro patinazos, no me terminan de disgustar; las cosas como son. No voy a dedicar este artículo a presentar a los nuevos nombres del Gobierno de España, pues para eso ya tenemos a los medios de comunicación que han detallado sus respectivas biografías en sus digitales. 

Hechos a sí mismos. Así podríamos definir a la gran mayoría de los ministros de Sánchez. Y es que, a diferencia del Gobierno saliente, las altas esferas de la política española no son hoy políticos de carrera, sino que son personas que se dedican a otros sectores; expertos en una determinada disciplina que han vivido en sus carnes las deficiencias y problemas de los diferentes ámbitos en los que se han pasado la vida trabajando y a los que ahora nos parece que representan. 

Ahora llega la parte mala. Sánchez sabe que su moción de censura fue apoyada por grupos políticos cuya principal y peligrosa inquietud no es otra que la de desestabilizar España. Y no lo digo yo, sino ellos. Una vez que logró convertirse en presidente con dichos apoyos y tras mostrarse durante unas horas ante España como un verdadero traidor, Pedro Sánchez engrasó las ruedas de una maquinaria estudiada al milímetro para, durase lo que durase su legislatura, ponerla a funcionar a todo gas y sacar rédito político de ella de cara a los siguientes comicios. ¿Inteligencia desmedida? Tengo serias dudas. 
El año que viene se celebran elecciones autonómicas, municipales y al Parlamento Europeo; y Sánchez no podía permitirse seguir con la etiqueta de “Tonto del pueblo” pegada en la frente. Decidió hace unos días que era momento de meterse al españolito medio en el bolsillo y lo ha conseguido. ¿Y cómo se le ocurrió? Yo tampoco me lo explico. Supongo que, tras sus reiterados gatillazos políticos, otros miembros de su equipo con más luces habrán tomado las riendas de la estrategia política de un moribundo PSOE para darle forma a un asunto del cual creo y temo que hayan olvidado el fondo, pues este Gobierno no deja haber nacido fruto de un asalto al poder de dudosa calidad moral. 

La conquista de Sánchez ha sido ambiciosa y ha apuntado más allá del clásico votante socialista. El nuevo presidente ha acaparado más público gracias a que estuvo jugando al yoyó durante una jornada llena de incertidumbre, lanzando esperanzadoras noticias para luego recogerlas con otras pésimas; dándonos a los españoles una de cal y otra de arena con cada nombramiento. Por poner un ejemplo, se nos presenta a Borrell en Exteriores; luchador incansable por la unidad de España y uno de los mayores críticos con el separatismo. Un político que se ha ganado en los últimos tiempos el respeto y la gratitud de la mayoría de los españoles que creemos en el cumplimiento de las leyes y en la Constitución. A su lado, Meritxell Batet como Ministra de Política Territorial cuyo fin principal será el de mediar en el conflicto catalán ofreciendo diálogo al racista Quim Torra. Dos pesos incongruentes en una balanza que, espero equivocarme, se inclinará más hacia la negociación con los golpistas. 
Aún así, he de reconocer que, el pasado miércoles, hubo momentos que para mí fueron de lo más gratificantes. Uno de ellos fue el de ver reaccionar melodramáticamente a Arnaldo Otegui, alias La Despechada, tras el nombramiento de Grande-Marlaska, juez que lo procesó no por aparcar mal el coche, sino por terrorista. 

Sánchez sabe que muchos de sus votantes se encuentran a la derecha de lo que él quería, o por lo menos aparentaba querer, que fuera el PSOE bajo su liderazgo. Gran parte de su descontento electorado migró hace meses a Ciudadanos tras ver el flirteo de los socialistas con Podemos. Tras varias citas electorales intentando reconquistar a una izquierda que jamás fue suya, parece ser que Pedro (o alguien cercano a él) ha recibido una dosis de realismo y ha sabido hacer un diagnóstico certero del goteo constante de votos que el PSOE lleva arrastrando durante años. Esta derechización socialista no ha tenido tampoco que sentar muy bien a los de Rivera, que tenían un proyecto de Gobierno similar para España. 

Pero uno de los detalles que más dieron que hablar y que desde el PSOE sabían que más iba a resonar en la prensa durante la jornada del pasado miércoles, fue la supuesta paridad sin precedentes del Gobierno de Sánchez. De las diecisiete carteras, once estarán gestionadas por mujeres. Unas muy válidas para mi gusto, otras, sin embargo, son un cero a la izquierda, políticamente hablando; no me vayan a malinterpretar. Medios de comunicación y redes sociales han aplaudido este gesto como algo extraordinariamente igualitario. Nada más lejos de la realidad. El Gobierno de Sánchez no es paritario, sino profundamente desigual, pues el género ha pesado más que las cualidades a la hora de barajar nombres. La igualdad real pasaría por que tanto este como otro Gobierno que tuviera, por ejemplo, a once hombres y seis mujeres al frente, fuera igual de legítimo siempre y cuando dichos cargos fueran brillantes y sus respectivos nombramientos no se hubieran basado en sus entrepiernas. Pero Sánchez sabía que a golpe de titular conseguiría ingentes cantidades de valoraciones positivas, y por eso decidió, como la mayoría de los que se definen feministas, utilizar a la mujer como un objeto del cual poder sacar algún tipo de beneficio. 


En conclusión, el nuevo Gobierno se puede definir como electoralista. Un teatro vanidoso que ha conquistado a muchos españoles, pero que no tardará en defraudarlos. Muchos de los que lo componen son personas necesarias en las instituciones; sin embargo, este fantasma de ochenta y cuatro diputados no logrará prosperar, debido, entre otras cosas, al bullying que sufrirá en el patio de colegio que es hoy el Parlamento Nacional.