El pasado miércoles, la Junta
Electoral de Guipúzcoa decidió que Arnaldo Otegi, aquel terrorista
condenado en varias ocasiones, era inelegible como lehendakari y no
podía entonces presentarse como candidato en las elecciones vascas
del próximo 25-S por estar, como es lógico y normal, inhabilitado
para ello. Aquello resultó ser una gran noticia para los que creemos
en la libertad. Sin embargo, y como no podía ser de otro modo, la
horda de violadores de la ley salieron al ruedo a valorar y juzgar
moralmente esta decisión.
Según la ley, ese instrumento -tan
extraño para algunos- que asegura las libertades individuales y
colectivas, Otegi está inhabilitado para ser elegido en cualquier
proceso electoral hasta el año 2021. Recordemos que el líder
abertzale fue condenado nada menos que por intentar reflotar la
ilegalizada batasuna bajo las órdenes de la banda armada a la cual
perteneció. Una banda terrorista que ha matado a lo largo de su
historia a centenares de personas inocentes. El terrorista salió de
la cárcel en marzo de este mismo año, arropado por aquellos que
creen que el fatal destino de las víctimas de ETA era más que
merecido. Entre gritos de independencia, Otegi salía del penal de
Logroño sin pudor ni vergüenza, con la cabeza bien alta, como si
hubiera culminado la gran hazaña de su vida, y, entre vítores, era
recibido por una muchedumbre que, tanto físicamente como en las
redes sociales, manchaban el significado de paz ligándolo a su
nombre cuando no era más que un vulgar terrorista.
La historia se repite hoy, cuando,
manipulando como mejor saben, ciertos líderes políticos cuestionan
la ley restando autoridad al Estado de Derecho, que debería estar de
enhorabuena al recibir esta noticia.
Como de costumbre y haciendo de la
política su particular tertulia del corazón, los líderes
antisistema se adentran en un mar de réplicas e improperios
dirigidos a la resolución de la Junta Electoral. Pablo Iglesias no
tardó en incordiar pronunciando su sentencia personal de 140
caracteres y decidiendo por cuenta propia que debían ser los vascos
y las vascas quienes decidieran a su representante en el Parlamento
vasco. El líder de Podemos, que lleva desaparecido en combate desde
las pasadas elecciones generales, parece hoy más preocupado por la
candidatura ilegal de un terrorista que por el futuro Gobierno de su
país. No sorprende en absoluto si echamos la mirada atrás y
comprobamos que gran parte de la gestación política -o mejor dicho,
del aborto político- de Iglesias y su partido tuvo lugar en las
herriko tabernas. Lo mismo sucedió con Alberto Garzón, que no tardó
en sumarse a la indecente denuncia de su ya líder supremo, y,
tildando la decisión de la Junta Electoral de cacicada, se postuló
contrario a la inhabilitación de Otegi. Es comprensible que ansíen
incendiar a toda costa las redes sociales al ver que su protagonismo
cae en picado sin ser la "casta" la culpable de ello,
siendo la verdadera sociedad civil la que los pone en su sitio al
encontrarse ahíta de sus salidas de tono y sus improperios hacia los
que piensan diferente. Lo que no se entiende es cómo ciertos
diputados se postulan asiduamente a favor de personas que vulneran la
ley y la libertad de su tan querido pueblo. Podemos hablar de
Cañamero, el jornalero matón, o de Alfon, ambos condenados por la
justicia y para los que los líderes de la tercera fuerza política
en nuestro país piden libertad e impunidad resaltando el falso
sentimiento democrático que representan.
El Partido Socialista, haciendo alarde
de su afinidad con la izquierda antisistema, decide acomplejadamente
no entrar a valorar la resolución de la Junta Electoral, a excepción
de Ximo Puig, que, siguiendo previsiblemente las órdenes de su
domina Mónica Oltra,
sí se manifestó contrario a dicha decisión dejando al PSOE una vez
más en el subsuelo de la desvergüenza.
Por su parte, Arnaldo Otegi adopta hoy
el papel de víctima apaleada y simula aceptar con resignación la
resolución de la Junta Electoral. Nada más lejos de la realidad,
pues desde que salió de la cárcel y como si de bolos de discoteca
se tratase, el terrorista se ha ido paseando por las instituciones de
su país, al que odia, concediendo entrevistas y poniendo en práctica
su oxidada verborrea nacionalista, acompañado siempre por Bildu, el
partido que decidió patentarlo y explotar su tosca imagen hasta la
extenuación. Habiendo palpado con la punta de los dedos el cielo,
Otegi hoy se queda sin su roñoso objetivo, por lo que el odio que
siente hacia su país no hace otra cosa más que crecer.
Al apoyar explícitamente a Otegi, los
nacionalistas, reconciliándose con su razón de ser, se posicionan
en las antípodas de la democracia y a favor de lo que durante años
mantuvo a nuestro país sumido en el terror y la violencia.
Según Otegi y los que lo piropean de
manera incansable, son los vascos los que deben decidir sobre su
futuro, siendo protagonistas únicamente los afines a sus malas
artes, olvidando a aquellos a los que un día se les arrebató sin
motivo alguno el derecho fundamental, que no es nada menos que la
libertad y la vida.
Bildu pierde hoy a su mono de feria
gracias a unas normas que, por mucho que algunos intenten hacer ver
lo contrario, votamos todos. Sin embargo, hay quienes aún creen en
la opresión y el castigo ideológico. Los que critican y
menosprecian la ley que nos hace libres son los mismos que apoyan
regímenes con normas restrictivas y totalitarias. Los demócratas
debemos unirnos y rechazar a viva voz aquello que un día hirió de
gravedad a España, y que hoy, por desgracia, quiere seguir
oprimiéndola y matándola desde dentro.
Libertad, respeto y memoria.