Pedro Sánchez tiene ya quien le acompañe durante esta nueva aventura de gobernar un país. Las carteras del nuevo Gobierno socialista están repartidas, y, por primera vez y salvando tres o cuatro patinazos, no me terminan de disgustar; las cosas como son. No voy a dedicar este artículo a presentar a los nuevos nombres del Gobierno de España, pues para eso ya tenemos a los medios de comunicación que han detallado sus respectivas biografías en sus digitales.
Hechos a sí mismos. Así podríamos definir a la gran mayoría de los ministros de Sánchez. Y es que, a diferencia del Gobierno saliente, las altas esferas de la política española no son hoy políticos de carrera, sino que son personas que se dedican a otros sectores; expertos en una determinada disciplina que han vivido en sus carnes las deficiencias y problemas de los diferentes ámbitos en los que se han pasado la vida trabajando y a los que ahora nos parece que representan.
Ahora llega la parte mala. Sánchez sabe que su moción de censura fue apoyada por grupos políticos cuya principal y peligrosa inquietud no es otra que la de desestabilizar España. Y no lo digo yo, sino ellos. Una vez que logró convertirse en presidente con dichos apoyos y tras mostrarse durante unas horas ante España como un verdadero traidor, Pedro Sánchez engrasó las ruedas de una maquinaria estudiada al milímetro para, durase lo que durase su legislatura, ponerla a funcionar a todo gas y sacar rédito político de ella de cara a los siguientes comicios. ¿Inteligencia desmedida? Tengo serias dudas.
El año que viene se celebran elecciones autonómicas, municipales y al Parlamento Europeo; y Sánchez no podía permitirse seguir con la etiqueta de “Tonto del pueblo” pegada en la frente. Decidió hace unos días que era momento de meterse al españolito medio en el bolsillo y lo ha conseguido. ¿Y cómo se le ocurrió? Yo tampoco me lo explico. Supongo que, tras sus reiterados gatillazos políticos, otros miembros de su equipo con más luces habrán tomado las riendas de la estrategia política de un moribundo PSOE para darle forma a un asunto del cual creo y temo que hayan olvidado el fondo, pues este Gobierno no deja haber nacido fruto de un asalto al poder de dudosa calidad moral.
La conquista de Sánchez ha sido ambiciosa y ha apuntado más allá del clásico votante socialista. El nuevo presidente ha acaparado más público gracias a que estuvo jugando al yoyó durante una jornada llena de incertidumbre, lanzando esperanzadoras noticias para luego recogerlas con otras pésimas; dándonos a los españoles una de cal y otra de arena con cada nombramiento. Por poner un ejemplo, se nos presenta a Borrell en Exteriores; luchador incansable por la unidad de España y uno de los mayores críticos con el separatismo. Un político que se ha ganado en los últimos tiempos el respeto y la gratitud de la mayoría de los españoles que creemos en el cumplimiento de las leyes y en la Constitución. A su lado, Meritxell Batet como Ministra de Política Territorial cuyo fin principal será el de mediar en el conflicto catalán ofreciendo diálogo al racista Quim Torra. Dos pesos incongruentes en una balanza que, espero equivocarme, se inclinará más hacia la negociación con los golpistas.
Aún así, he de reconocer que, el pasado miércoles, hubo momentos que para mí fueron de lo más gratificantes. Uno de ellos fue el de ver reaccionar melodramáticamente a Arnaldo Otegui, alias La Despechada, tras el nombramiento de Grande-Marlaska, juez que lo procesó no por aparcar mal el coche, sino por terrorista.
Sánchez sabe que muchos de sus votantes se encuentran a la derecha de lo que él quería, o por lo menos aparentaba querer, que fuera el PSOE bajo su liderazgo. Gran parte de su descontento electorado migró hace meses a Ciudadanos tras ver el flirteo de los socialistas con Podemos. Tras varias citas electorales intentando reconquistar a una izquierda que jamás fue suya, parece ser que Pedro (o alguien cercano a él) ha recibido una dosis de realismo y ha sabido hacer un diagnóstico certero del goteo constante de votos que el PSOE lleva arrastrando durante años. Esta derechización socialista no ha tenido tampoco que sentar muy bien a los de Rivera, que tenían un proyecto de Gobierno similar para España.
Pero uno de los detalles que más dieron que hablar y que desde el PSOE sabían que más iba a resonar en la prensa durante la jornada del pasado miércoles, fue la supuesta paridad sin precedentes del Gobierno de Sánchez. De las diecisiete carteras, once estarán gestionadas por mujeres. Unas muy válidas para mi gusto, otras, sin embargo, son un cero a la izquierda, políticamente hablando; no me vayan a malinterpretar. Medios de comunicación y redes sociales han aplaudido este gesto como algo extraordinariamente igualitario. Nada más lejos de la realidad. El Gobierno de Sánchez no es paritario, sino profundamente desigual, pues el género ha pesado más que las cualidades a la hora de barajar nombres. La igualdad real pasaría por que tanto este como otro Gobierno que tuviera, por ejemplo, a once hombres y seis mujeres al frente, fuera igual de legítimo siempre y cuando dichos cargos fueran brillantes y sus respectivos nombramientos no se hubieran basado en sus entrepiernas. Pero Sánchez sabía que a golpe de titular conseguiría ingentes cantidades de valoraciones positivas, y por eso decidió, como la mayoría de los que se definen feministas, utilizar a la mujer como un objeto del cual poder sacar algún tipo de beneficio.
En conclusión, el nuevo Gobierno se puede definir como electoralista. Un teatro vanidoso que ha conquistado a muchos españoles, pero que no tardará en defraudarlos. Muchos de los que lo componen son personas necesarias en las instituciones; sin embargo, este fantasma de ochenta y cuatro diputados no logrará prosperar, debido, entre otras cosas, al bullying que sufrirá en el patio de colegio que es hoy el Parlamento Nacional.