viernes, 8 de junio de 2018

Se abre el telón

Pedro Sánchez tiene ya quien le acompañe durante esta nueva aventura de gobernar un país. Las carteras del nuevo Gobierno socialista están repartidas, y, por primera vez y salvando tres o cuatro patinazos, no me terminan de disgustar; las cosas como son. No voy a dedicar este artículo a presentar a los nuevos nombres del Gobierno de España, pues para eso ya tenemos a los medios de comunicación que han detallado sus respectivas biografías en sus digitales. 

Hechos a sí mismos. Así podríamos definir a la gran mayoría de los ministros de Sánchez. Y es que, a diferencia del Gobierno saliente, las altas esferas de la política española no son hoy políticos de carrera, sino que son personas que se dedican a otros sectores; expertos en una determinada disciplina que han vivido en sus carnes las deficiencias y problemas de los diferentes ámbitos en los que se han pasado la vida trabajando y a los que ahora nos parece que representan. 

Ahora llega la parte mala. Sánchez sabe que su moción de censura fue apoyada por grupos políticos cuya principal y peligrosa inquietud no es otra que la de desestabilizar España. Y no lo digo yo, sino ellos. Una vez que logró convertirse en presidente con dichos apoyos y tras mostrarse durante unas horas ante España como un verdadero traidor, Pedro Sánchez engrasó las ruedas de una maquinaria estudiada al milímetro para, durase lo que durase su legislatura, ponerla a funcionar a todo gas y sacar rédito político de ella de cara a los siguientes comicios. ¿Inteligencia desmedida? Tengo serias dudas. 
El año que viene se celebran elecciones autonómicas, municipales y al Parlamento Europeo; y Sánchez no podía permitirse seguir con la etiqueta de “Tonto del pueblo” pegada en la frente. Decidió hace unos días que era momento de meterse al españolito medio en el bolsillo y lo ha conseguido. ¿Y cómo se le ocurrió? Yo tampoco me lo explico. Supongo que, tras sus reiterados gatillazos políticos, otros miembros de su equipo con más luces habrán tomado las riendas de la estrategia política de un moribundo PSOE para darle forma a un asunto del cual creo y temo que hayan olvidado el fondo, pues este Gobierno no deja haber nacido fruto de un asalto al poder de dudosa calidad moral. 

La conquista de Sánchez ha sido ambiciosa y ha apuntado más allá del clásico votante socialista. El nuevo presidente ha acaparado más público gracias a que estuvo jugando al yoyó durante una jornada llena de incertidumbre, lanzando esperanzadoras noticias para luego recogerlas con otras pésimas; dándonos a los españoles una de cal y otra de arena con cada nombramiento. Por poner un ejemplo, se nos presenta a Borrell en Exteriores; luchador incansable por la unidad de España y uno de los mayores críticos con el separatismo. Un político que se ha ganado en los últimos tiempos el respeto y la gratitud de la mayoría de los españoles que creemos en el cumplimiento de las leyes y en la Constitución. A su lado, Meritxell Batet como Ministra de Política Territorial cuyo fin principal será el de mediar en el conflicto catalán ofreciendo diálogo al racista Quim Torra. Dos pesos incongruentes en una balanza que, espero equivocarme, se inclinará más hacia la negociación con los golpistas. 
Aún así, he de reconocer que, el pasado miércoles, hubo momentos que para mí fueron de lo más gratificantes. Uno de ellos fue el de ver reaccionar melodramáticamente a Arnaldo Otegui, alias La Despechada, tras el nombramiento de Grande-Marlaska, juez que lo procesó no por aparcar mal el coche, sino por terrorista. 

Sánchez sabe que muchos de sus votantes se encuentran a la derecha de lo que él quería, o por lo menos aparentaba querer, que fuera el PSOE bajo su liderazgo. Gran parte de su descontento electorado migró hace meses a Ciudadanos tras ver el flirteo de los socialistas con Podemos. Tras varias citas electorales intentando reconquistar a una izquierda que jamás fue suya, parece ser que Pedro (o alguien cercano a él) ha recibido una dosis de realismo y ha sabido hacer un diagnóstico certero del goteo constante de votos que el PSOE lleva arrastrando durante años. Esta derechización socialista no ha tenido tampoco que sentar muy bien a los de Rivera, que tenían un proyecto de Gobierno similar para España. 

Pero uno de los detalles que más dieron que hablar y que desde el PSOE sabían que más iba a resonar en la prensa durante la jornada del pasado miércoles, fue la supuesta paridad sin precedentes del Gobierno de Sánchez. De las diecisiete carteras, once estarán gestionadas por mujeres. Unas muy válidas para mi gusto, otras, sin embargo, son un cero a la izquierda, políticamente hablando; no me vayan a malinterpretar. Medios de comunicación y redes sociales han aplaudido este gesto como algo extraordinariamente igualitario. Nada más lejos de la realidad. El Gobierno de Sánchez no es paritario, sino profundamente desigual, pues el género ha pesado más que las cualidades a la hora de barajar nombres. La igualdad real pasaría por que tanto este como otro Gobierno que tuviera, por ejemplo, a once hombres y seis mujeres al frente, fuera igual de legítimo siempre y cuando dichos cargos fueran brillantes y sus respectivos nombramientos no se hubieran basado en sus entrepiernas. Pero Sánchez sabía que a golpe de titular conseguiría ingentes cantidades de valoraciones positivas, y por eso decidió, como la mayoría de los que se definen feministas, utilizar a la mujer como un objeto del cual poder sacar algún tipo de beneficio. 


En conclusión, el nuevo Gobierno se puede definir como electoralista. Un teatro vanidoso que ha conquistado a muchos españoles, pero que no tardará en defraudarlos. Muchos de los que lo componen son personas necesarias en las instituciones; sin embargo, este fantasma de ochenta y cuatro diputados no logrará prosperar, debido, entre otras cosas, al bullying que sufrirá en el patio de colegio que es hoy el Parlamento Nacional. 

domingo, 3 de junio de 2018

Pedro Sánchez, el accidente de una noche loca

El líder del PSOE es ya presidente del Gobierno de España. Y no porque lo hayan elegido democráticamente los españoles; su ansiada Moncloa le espera tras una moción de censura promovida por él mismo y que solo pretendía ser el instrumento final para asegurarse pasar el resto de su vida colmado de las bendiciones que otorga el haber presidido el Gobierno, aunque solo haya sido durante un rato. 

Con el apoyo de lo peor de cada casa, la moción de censura ha logrado prosperar y echar a Mariano Rajoy de la Moncloa. Independentistas de todos los colores, radicales de izquierda, así como partidos que han tenido hasta que cambiar de nombre a causa de la vergonzosa corrupción que ha marcado su trayectoria, se citaron para salir a bailar y acabar con un sucio e incómodo revolcón de madrugada que ha dado como resultado el alumbramiento forzado, días después, de un engendro político. 
Durante años, los promotores de la ruptura nacional han estado sobrevolando nuestras instituciones hasta que por fin han encontrado lo que buscaban: la carnaza socialista encabezada por un tonto útil que, gustosamente, les ha abierto la puerta del corazón de nuestro país para despedazarlo.

Ante un atónito Rajoy se vanagloriaba Sánchez de su propio triunfo, que no es más que la victoria momentánea de otros. De suyo, nada. Los grupos parlamentarios que apoyaron la moción han vendido a los medios de comunicación que a todos ellos les movía un objetivo común y necesario: echar a Rajoy. Y no, esa no ha sido ni por asomo la causa principal que ha impulsado el triunfo de la votación. 


Por un lado existen los intereses secesionistas de aquellos que, con su voto, pretenden ser la amante chantajista de Pedro Sánchez, una femme fatale que le arruinará la vida si este no le consiente todos y cada uno de sus caprichos. El flirteo constante y duradero del líder socialista con los nacionalistas vascos y catalanes se ha convertido en un tórrido y acelerado romance a causa del anhelo libidinoso de poder y la testosterona derramada que nubló su visión prácticamente desde que este se inició en política. El objetivo de Sánchez fue claro desde un principio: llegar a la Moncloa costase lo que costase. Lo demás nunca le importó. 
Sabido es que lo que mueve a ERC, PDeCat y EH Bildu entre otros, es mantener el circo nacionalista que tienen montado en sus respectivas comunidades autónomas, manteniendo también a sus corresponsales separatistas en Madrid, como Rufián, ese cutre monologuista de bar de carretera venido a menos que, a golpe de descalificativo, pretende que todos le riamos las gracias en la sede de la soberanía nacional. 
Pedro Sánchez está ya recibiendo las primeras exigencias de Torra, su nuevo socio catalán, que ha descolgado una pancarta en el Palau de la Generalitat pidiendo la libertad de los políticos presos a modo de advertencia. Entre ellos surge una extraña coincidencia. Ambos son presidentes a los que nadie ha votado y miembros de partidos salpicados por escándalos de corrupción que han decidido someterse a las órdenes de un prófugo de la justicia para continuar malversando, esta vez con un predecible consentimiento explícito del Gobierno central, con el dinero de todos. 

Por otro lado se nos presenta la casta progresista liderada por Pablo Iglesias y apuntalada ordinariamente en los platós de televisión por bufones como Juan Carlos Monedero, al que vimos como un gorila chabacano a las puertas de una discoteca poligonera sostener e invadir el espacio vital de una Soraya que no perdió en ningún momento la compostura. Bien, pues ese voto favorable a la moción presentada por el partido que, no olvidemos, se encuentra involucrado en el mayor escándalo de corrupción de la historia de la democracia, no es más que otro intento por hundir a su competencia política original, el PSOE. Desde que irrumpieron en la vida política, Iglesias y los suyos persiguen impetuosos la desestabilización y fractura de los socialistas, cada día más próxima por las constantes caídas sin escarmiento de Sánchez en sus trampas. Desde Podemos no pretenden que esta legislatura sirva para sacar adelante proyectos que ellos creen beneficiosos para España, sino que que el objetivo real pasa por demostrar, con este caramelo envenenado, la ineptitud de Sánchez al intentar sobrellevar una legislatura con 84 diputados. A base de constancia, Iglesias conseguirá que la extrema izquierda lidere la oposición a la derecha en este país. Al tiempo. 

Pedro Sánchez no va a tardar en darse cuenta del gravísimo error que supone tomar el pelo a los españoles, y más concretamente a su electorado. Jamás España ha tenido un gobierno tan anti-español como este, y eso no se olvida. Haber entrado en el aquelarre separatista como un elefante en una cacharrería condenará definitivamente al Partido Socialista Obrero Español al ostracismo político, por desleal y por ambicioso. Aunque dudo que a Sánchez le importe, ya que puedo garantizar que una vez que las urnas (las legales, no nos confundamos) emitan el resultado indiscutible de su traición, el para entonces ex-presidente ya tendrá una suculenta pensión vitalicia y podrá irse a casa a disfrutarla, que es sin duda lo que siempre ha deseado. Caiga quien caiga. 

Muchos lo llaman el renacido, pero Sánchez, desde el mismo momento en el que prometió su cargo ante Felipe VI, se ha inmolado políticamente, convirtiéndose en el accidente de una noche loca que sentenciará a los embaucados y dará fuerza a los embaucadores.