El pasado sábado, una cornada mortal
acababa con la vida del joven torero Víctor Barrio en la plaza de
toros de Teruel. Fue sin duda un trágico suceso que no dejó
indiferente al mundo taurino, que lloró su muerte rindiéndole un
cálido homenaje en Sepúlveda, la tierra que le vio nacer.
Desgraciadamente, su familia y amigos no pudieron gozar de la paz que
todos merecemos a la hora de despedir a un ser querido, ya que
ciertas voces radicales del mundo antitaurino engendraron y
alimentaron por enésima vez la biliosa polémica de rigor, propia de
los que no entienden más que de odio y resentimiento.
El diestro, aún de cuerpo presente,
tuvo que sufrir las peores humillaciones procedentes de aquellos que,
no teniendo respeto por nada ni por nadie, se creen falsos poseedores
de una supremacía moral que, en teoría, les da carta blanca a la
hora hacer juicios de valor de una manera banal y chabacana. Las
redes no tardaron en cebarse con el joven de 29 años en el momento
en el cual, desgraciadamente, ya no podía defenderse. Iconos de lo
indigno, muchos personajes famosos por sus reiterados ataques a la
libertad decidieron dar su opinión -o mejor dicho, su cruel
sentencia- sin pudor ni estilo. Es el ejemplo del rapero Pablo Hasel,
que al poco tiempo de suceder la tragedia publicaba un tweet en
el que afirmaba que si todas las corridas de toros acabasen así, más
de uno se animaría a asistir. El íntimo amigo de Monedero demostró
una vez más su nulo respeto por la libertad y por la vida humana,
cosa que no debería de extrañarnos, pues Hasel, el ruiseñor
afónico, es un férreo defensor del comunismo, ideología que arrasa
con la libertad allí donde alcanza el poder.
Por otro lado, Vicent Belenguer,
profesor en activo actualmente, decidió dar rienda suelta a su
animadversión mediante un artículo -si se puede llamar así- algo
más extenso. Belenguer celebró la muerte de Víctor Barrio en un
post con numerosas faltas de ortografía que destaparon sus
cuestionables cualidades docentes. La sorpresa llegó poco tiempo
después, cuando el maestro liendre, que de todo sabe pero de nada
entiende, se percató de que su zafia publicación se había hecho
viral alcanzando una reacción social completamente opuesta a la
deseada. Fue entonces cuando la cobardía propia de los de su calaña
se apoderó de su ser, y, con la orina empapando sus pantalones,
Vicent Belenguer aseguró que habían pirateado su cuenta de Facebook
publicando esas palabras que en ningún momento salieron de su
inocente y pulcra mente. Su denuncia adquirió mucha más
credibilidad cuando se descubrió otro dulce mensaje de hace
aproximadamente un año, en el cual Belenguer enviaba sus mejores
deseos a Fran Rivera tras la cornada que recibió en Huesca. El
primitivo temor llevó pues a un pusilánime profesor a recurrir a la
mentira para deslegitimar indecorosamente y de manera poco veraz sus
propios actos. Su inmoralidad me resultó tan pedagógica que decidí
en ese mismo momento que mis futuros hijos recibirán su formación
en el centro donde él figure como profesor titular.
Lo esperanzador de este desdichado
episodio fue la repulsa por parte del grueso de la sociedad civil
ante las injurias vertidas sobre Víctor Barrio y su familia. No solo
el mundo favorable a la tauromaquia se rebeló frente a los
radicales, sino que también muchos de los que la rechazan pero que a
su vez gozan de la cordura pertinente decidieron rechazar también
los desvaríos llenos de resentimiento y los insultos vertidos como
un jarro de agua helada sobre un alma perdida y sus seres queridos.
La familia y amigos de Víctor Barrio dejan entonces a un lado el
odio y deciden responder a través de la vía legal con las denuncias
que consideran oportunas, pues ellos sí entienden que vivimos en un
Estado de derecho, concepto que a más de uno se le atraganta y le
suena a chino. Como siempre, la justicia asegura la libertad frente a
aquellos cobardes que quieren degollarla.
Lo que nos hace libres es la
posibilidad de decidir sobre nuestros actos. Mofarse de la muerte de
un hombre abusando de la libertad de expresión es un claro signo de
cobardía. Los que se juegan la vida no pretenden que se llore su
muerte, pero sí que se respete su memoria. Desgraciadamente, los
cobardes abundan en todos los sectores de nuestra sociedad, y en este
caso, Hasel y demás antitaurinos de feria, proclives a esconderse
detrás de un smartphone, buscan ese fugaz momento de gloria que les
haga sentir que, aunque solo sea por un día, son alguien en este
mundo, obteniéndolo a través del odio.
El cobarde es aquel que ataca
injustamente y a sangre fría cuando comprueba la vulnerabilidad
irreversible de su adversario. El cobarde es el que no es consecuente
con sus propios actos, y, de manera hipócrita se arrepiente de las
coces repartidas. En definitiva, los cobardes son los de siempre.