Durante los últimos años y gracias a
la creciente crisis política que atraviesa nuestro país, hemos
experimentado también un crecimiento del número de ciudadanos que,
hartos de permanecer pasivos ante tal esperpento, han decidido
implicarse y participar de manera activa en la vida política. Y qué
mejor manera de hacerlo que inscribiéndose como afiliado en una
determinada formación. Sin embargo, demasiados se equivocan al
asignarse un exceso de funciones que no pertenecen, ni deben
pertenecer, a la militancia de un partido político.
Muchas han sido las ocasiones en las
cuales hemos oído al ya ex-secretario general del Partido
Socialista, así como a otros miembros de su convulsa ejecutiva,
colocar a la afiliación en el puesto de paterfamilias de la
formación. Pedro Sánchez, sumido en su particular vorágine
populista, ha repetido hasta la saciedad que si fuera el mandamás de
su partido, serían las bases las que paradójicamente llevarían el
timón de un camino cuya complejidad dista mucho del simplismo con el
que él lo enmascara todo.
Dando sus últimos coletazos políticos, el Partido Socialista de Sánchez ha intentado descaradamente adoptar el modelo asambleario que se lleva
ahora entre la fashion casta neocomunista mediatizada que sobrecarga
los platós mientras abandonan a la sociedad civil por la que tanto
dicen luchar. Y es que los españoles hemos sido testigos en
numerosas ocasiones de las malas artes de las que el órgano
directivo del partido morado se ha servido para conseguir sus
propósitos mientras defiende con indecente hipocresía la
cristalinidad con la que se ejerce la democracia interna en el seno
de su formación. El caciquismo aflora vigorosamente cada vez de que
el dedo envenenado de Iglesias toca al candidato de turno que no le
conviene. Así funciona. Iglesias y su séquito aprendieron bien a
camuflar la nula importancia de sus bases utilizando discursos
motivacionales de barra de bar para inmediatamente después dar media
vuelta y regurgitar con repugnancia sus palabras. No obstante, era de
esperar que Podemos, habiendo sido el catalizador contranatural de
esa amalgama de corrientes políticas antagónicas, se encuentre hoy
en una situación tan delicada, pues prometieron demasiado
protagonismo a una militancia no poco ambiciosa.
Es curioso que la corriente más
allegada al corazón marxista de Iglesias sea la que siempre acabe por salir
victoriosa de todos los procesos "democráticos" a los
cuales este o los suyos se presentan. Pero por desgracia o por
fortuna, esto sucede hasta en las mejores familias.
Nos podríamos preguntar cuáles son
los derechos y los deberes reales, quitando los que figuran en los
estatutos, que tiene cualquier militante de a pie. La principal
misión de la afiliación de un partido político es el ejercicio del
diálogo constructivo, aportando ideas y matices a un proyecto, sin
olvidar que las trazas más gruesas están dibujadas. Las corrientes
internas, siempre y cuando sepan gestionarse, son positivas, y no
discriminan ni mucho menos al que dentro del partido piensa
diferente. Como consecuencia de esa diversidad, nacen candidatos a
liderar el proyecto por el cual todos los afiliados luchan a fin de
cuentas. Deber de todos los militantes será elegir a un candidato u
otro según el proyecto con el que más se identifiquen. Sin embargo,
nos podríamos preguntar si una vez designado el líder hay cabida
para muchos más procesos de primarias, pues a nivel local existe una
mayor cercanía entre el candidato y el militante, fomentándose así
la fricción personal fruto de un compromiso que puede no llegar a
cumplirse. El mérito sería entonces más vulnerable, pudiendo
llegar a desaparecer dando pie al favoritismo.
La democracia interna de un partido
político no se mide en función de la cantidad de urnas que su
ejecutiva saque a pasear, pues si se desvirtúa el proceso electoral,
el proyecto acaba por perder toda credibilidad. Muchos creen que
Podemos ejerce la democracia interna mejor que nadie, pero en
realidad magnifican un debate mucho más estéril que el que se
celebra de manera silenciosa en otras formaciones. Esto no es de
extrañar si nos fijamos en sus mentores latinoamericanos, que se dicen demócratas
por escribir en un papel maleducadas promesas -como el referéndum
revocatorio- que jamás llegan a cumplir.
Sánchez pretendía que la afiliación
de su partido, que es un porcentaje ínfimo de su electorado, fuera
su paño de lágrimas y decidiera sobre el futuro de una España
fragmentada en una pregunta de verdadero o falso cuya respuesta,
aderezada con una adecuada campaña, sería fácilmente predecible.
Sin embargo, Pedro Sánchez no tuvo en cuenta que esas estrategias de
populista de primer curso no servían si se aplicaban en una
formación con muchos años de camino recorrido.
Las bases de los partidos políticos no
deben convertirse nunca en un obstáculo para una determinada
situación. Sin embargo, a algunos líderes les conviene utilizar de tal forma a
esa militancia para alimentar su propio ego y esconder su ineptitud.
La participación activa en política debe basarse en una actividad
mucho más profunda llevando implícito un debate constante que, si
llega a buen puerto, podrá hasta cambiar el rumbo del partido
político en cuestión.