viernes, 5 de octubre de 2018

El gatillazo de Quim Torra

El aniversario del 1-O dejó al descubierto las debilidades del procés. Los peores fantasmas del independentismo se dejaron ver en una jornada marcada por la violencia y la furia consecuencias de un proyecto cegador. Quim Torra y su patrulla canina fueron cercados por el hartazgo de los que han dado la cara en pro de un futuro prometido que no ha sido nunca más que una cortina de humo. 

La llama candente dentro de las numerosas manifestaciones a favor de la independencia que tuvieron lugar en diversos puntos de la geografía catalana el pasado 1-O se avivaba conforme avanzaba la jornada y a medida que Torra, irresponsable donde los haya, se dedicaba a caldear el ambiente públicamente como un vulgar agitador de bar de carretera. El presidente de la Generalitat trató a los CDR y al resto de manifestantes como ganado al azuzarles para que, según él mismo sugirió, “apretaran más”. Y los más borregos, obnubilados por la redundante y caduca homilía tan pronunciada por los marqueses del Palau, actuaron conforme dictaban las consignas de dichos fanfarrones a los que no les ha hecho nunca falta salir de su burbuja institucional para ojear la triste realidad que rodea la sociedad que ellos mismos han dañado, enfrentado y empobrecido. 
Pero al escuchar cómo pedían su cabeza los que en tiempos pasados vitoreaban sus hazañas, a Torra se le pusieron de corbata. Y es que, al presidente de la Generalitat le está siendo poco rentable la mentira que sus predecesores consiguieron sobrellevar disimuladamente y con cierto éxito hasta cubrir sus necesidades vitales para el resto de sus vidas. Demasiado tiempo viviendo de lo mismo y un excesivo esfuerzo para un cobarde holgazán que nunca ha tenido las agallas para cumplir con lo que dice.

Los convocantes de las manifestaciones, al ver que la cosa se iba de madre y que en las calles revueltas no solo se escuchaba el habitual mantra en contra del Gobierno de España, sino que también ellos mismos eran motivo de conflicto, decidieron en vano mandar a las fieras (que creían domesticadas) de vuelta a sus respectivas madrigueras. 
Pero lejos de retirarse, un grupúsculo de radicales consiguió reducir a simple anécdota todo un dispositivo policial que, según el consejero de Interior, no tuvo fisuras y cubrió todas las expectativas que se podían esperar del aniversario de un crimen. ¿Esos mossos, casi vestidos de calle, enfrentándose a una multitud enardecida y otros tantos encerrados en un edificio institucional pensarán lo mismo? 
La no comparecencia de todas las figuras responsables de ese párvulo intento de muestra de autoridad siembra dudas razonables.

El ansiolítico institucional ha sido siempre la estrategia estrella del PDeCat para modular el sentimiento de una parte cada vez menos tolerante de la sociedad. Y esta vez no ha surtido efecto.

No contento con el fracaso del 1-O, Torra decide, días más tarde, volver a convencer a sus ex-acólitos mandando un ultimátum a Pedro Sánchez. O referéndum o muerte política del Gobierno central. Reconoceré que alguna que otra mariposa revoloteó dentro de mi estómago al leer el titular y contemplar un posible desalojo exprés de La Moncloa, tanto si el presidente del Gobierno aceptaba ese referéndum como si no. Sin embargo, la amenaza no es más que otro globo sonda lanzado al aire para tratar de disuadir atenciones y de paliar los malos ánimos que giran entorno al actual Govern.
Creyendo que la enésima bomba de humo triunfaría, Torra se ha quedado solo. Ni ERC, que ha decidido aceptar las negociaciones con el ejecutivo central, se ha posicionado del lado del presidente de la Generalitat, dejando que todo el peso de sus contradicciones caiga sobre él para desgastarlo aún más. 

Sobre Sánchez y su Gobierno sigue sobrevolando el sentimiento de pánico ante la posible pérdida de sus volátiles apoyos, así que permanece como esa madre resignada e incapaz de dar un cachete a su hijo insolente e irrespetuoso. 
Celaá, poco menos que suplicando, insta a Torra a que gobierne y abandone el tono amenazante. Aseguran desde el ejecutivo socialista que no existen motivos para aplicar el artículo 155 que pide la oposición y se mantienen inmersos en una supuesta prudencia. O, mejor dicho, en una actitud pasiva mientras el nacionalismo desangra al resto de España. Y lo que dure, duró. 
Sánchez espera impaciente los azotes de Quim dominatrix en una reunión en la que no se hablará de referéndum, sino que servirá para permitir a Sánchez mantener su ciénaga política a cambio de dinero para la gira promocional independentista. 
Nuestro presidente no hace más que rebajar un cubata demasiado cargado de amenaza y despropósito, pues los sillones de Moncloa son muy cómodos y cualquier decisión puede ser la pista de aterrizaje del sueño delirante que vive desde hace más de 100 días. 


El independentismo continúa desgastándose, tanto dentro como fuera de nuestro país, manteniendo el asombro y la perplejidad de los que observan cada uno de sus erráticos pasos. Tras el aniversario de un 1-O pésimamente gestionado, con una crisis creciente dentro de su propio aquelarre, al ver que los que antes lo apoyaban ahora son más radicales, menos tolerantes y menos pacientes y a las puertas de una sentencia del Tribunal Supremo, Torra lanza un grito agudo de damisela en apuros para que le escuchen donde sea y acudan en su ayuda. El monstruo creado no ha sido ni por asomo el que se esperaba. Esperaban un pasaporte electoral sin fin y han obtenido a un engendro democrático que ha dejado de conformarse con las palabras para pasar a luchar físicamente por la única causa que le importa, que es la que ellos mismos han vendido. Mientras tanto, los catalanes siguen pagando impuestos. 

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